miércoles, 30 de marzo de 2011

En misa y repicando

 Vaya por delante que unos individuos que se desnudan en una Iglesia –o en cualquier otro lado- son una panda de descerebrados que lo que deberían de hacer es leer un poco, que no se han enterado de en qué consiste trasformar la sociedad, que no están haciendo ninguna revolución por mucho que ellos piensen que sí y se sientan muy orgullosos de ello, sino el ridículo, y que además están dando pie a que la jerarquía católica se haga más fuerte en sus paranoias interesadas sobre la supuesta persecución religiosa que sufren y tome cada vez más posiciones en los estamentos de poder.
 Vaya también por delante que una sociedad que se escandaliza porque una caterva de payasos como la anteriormente mencionada se desnude en una iglesia (o en cualquier otro sitio) en una sociedad pacata y reprimida, que no se diferencia mucho de la del siglo XIX, por muchos gobiernos progresistas que hayamos tenido. Aquí no se ha profanado nada (“profanar” es convertir algo en profano, lo que tampoco está tan mal) porque no existe nada sagrado, excepto la vida y la libertad de los individuos, que son sagrados en sí mismos y no porque los haya creado ningún ente ininteligible o porque algún obispo los haya rociado con agua bendita. La supuesta sacralidad de un edificio, o de una estatua o incluso de unas creencias no es más que un invento o una superstición religiosa que no tiene más finalidad que hacer pasar por eternas e inmutables, y por lo tanto intocables, estructuras sociales e instituciones que ya resultan anacrónicas.
 Todo este asunto de la profanación o no profanación de la capilla católica de la Universidad Complutense de Madrid para lo único que ha servido, como casi siempre, es para crear un falso debate y desviar el problema (por si no estaba ya bastante desviado: ahí ha estado la intervención de la señora Aguirre diciendo no se qué de qué hubiera pasado si hubieran profanado una mezquita, que no se entiende muy bien qué sentido tiene profanar una mezquita en un país católico). Si de lo que se trata es de permitir o no la existencia de edificios religiosos en la universidades públicas, no se por qué hay que quedarse ahí y no plantearse también el cierre de todos los templos, sean de la confesión que sean, de nuestras calles y plazas, que también son lugares públicos. Aquí la cuestión está en que cada uno puede creer lo que quiera y rezar al dios que mejor le convenga, incluso puede no creer en nada y no rezar a nadie. Así que no es por ahí por donde van los tiros.
 Hay otros debates mucho más urgentes y necesarios que no se abren. Para empezar, y ya que estamos en el campo de la laicidad de la educación, a todos esos que les preocupa tanto que existan capillas en las universidades debería preocuparles todavía más que aún figure en los currículos de enseñanza secundaria la asignatura de Religión (por no hablar de los crucifijos en las aulas), con una carga horaria superior a la Ética o a la Filosofía, por ejemplo, y que además sea, a lo que parece, indiscutible (es decir, sagrada). Porque esa si que es una situación irregular que tiene su origen en un concordato firmado entre el Vaticano y el régimen de Franco y que aquí nadie parece dispuesto a reparar. De la misma forma que cada uno puede creer lo que quiera, el que desee recibir una educación religiosa que lo haga en un recinto religioso, se sitúe éste donde se sitúe, pero no en un aula pública.
 Otro tema preocupante, que viene a colación del asunto que nos ocupa, y que sería necesario discutir es como es posible que en España, en pleno siglo XXI, todavía existan delitos como la blasfemia (yo he debido cometer unas cuantas en este escrito) o la profanación religiosa. A mí todavía me tendría que explicar alguien por qué hay que respetar las creencias religiosas y no la creencia en extraterrestres que nos abducen y experimentan con nosotros, por ejemplo, o en la Tetera Orbital de Russell, que en el fondo son creencias tan absurdas como las primeras. Y también me tendrían que explicar por qué la Iglesia parece protegida contra delitos que a todos nos parecen más evidentes que la blasfemia, como la pederastia o el blanqueo de capitales (esas pobres monjitas a las que les robaron un millón y medio de euros del armario).
 Por último, puestos a debatir, tampoco estaría de más hacerlo a cuenta del derecho que tienen los obispos a recomendar a la gente a quién tienen o no que votar. Seguro que si yo me pongo en la puerta de una iglesia a recomendar a los que pasan por allí que no entren se me echan encima con cilicios y crucifijos y me acusan de blasfemo, profanador y vaya usted a saber qué más. Pues eso, que a ver si nos centramos y no estamos en misa y repicando.

martes, 29 de marzo de 2011

Por la boca muere el pez

 Todos sabemos que hay momentos en la vida en que es mejor estar callados. Todos, menos nuestros dirigentes. Tampoco les debe preocupar mucho habida cuenta de que los debates parlamentarios consisten en leer unas cuantas cuartillas, que los turnos de réplica existen para según quien y que, en definitiva, lo que le da valor a una intervención no es la cantidad y la calidad de los argumentos utilizados sino el aplausómetro de los partidarios y el “pataletómetro” de los contrincantes. Viene esto al caso del reciente pleno del Congreso donde se trataba de avalar la intervención del Ejército español en Libia -avalar, que no autorizar, porque el despliegue militar ya se había puesto en marcha el día anterior- y de la respuesta que el Presidente Zapatero dio al señor Llamazares cuando éste expuso las razones por las que oponía a dicha intervención. Al parecer, el señor Zapatero contestó algo así como que su partido también apoyó la intervención en Afganistán donde "no hay gas ni petróleo, pero había sido responsable del 11-S”. Esta es una de las ocasiones en las que el Presidente del Gobierno hubiera hecho mejor en estar calladito, y como el señor Llamazares no quiso, no pudo o no le dejaron contrarreplicar, vamos a hacerlo nosotros por él.
 Primero habría que matizar mucho eso de que Afganistán fuera responsable de los atentados de Nueva York. La gran mayoría de los terroristas que perpetraron el ataque eran saudíes –de hecho, no había ningún afgano-. Arabia Saudí, el gran amigo de Occidente que, estos sí –y esto no lo negará el señor Zapatero- tienen petróleo.
 Segundo, la intervención en Afganistán tuvo más un aire de venganza personal de Bush Jr. que otra cosa. Venganza personal, eso sí, contra los habitantes del país, pues después de ponerlo patas arriba Osama Bin Laden y el mulá Omar siguen vivos y coleando y libres como pajaritos. Que la mayor maquinaria miliar del mundo sea incapaz de capturar a un solo hombre sólo puede significar dos cosas: o que son muy torpes o que no tenían ninguna intención de atraparlo.
 Tercero, nadie duda de que en Afganistán no hay gas ni petróleo, pero tampoco nadie duda de que unos cuantos han ganado mucho dinero con los atentados del 11 de septiembre y la posterior guerra. Lo ganaron las empresas de seguridad privada que han convertido Estados Unidos en una fortaleza (o en una cárcel, según se mire), lo ganaron las empresas de armamento y lo ganaron la empresas que se encargaron –y se encargan- del abastecimiento y la logística de las tropas desplegadas en territorio afgano y las que consiguienron los permisos para reconstruir el país.
 Cuarto, de momento, la guerra de Afganistán para lo único que ha servido es para echar a los talibán momentáneamente del poder (que no del país) y colocar en su lugar a uno de los gobiernos más corruptos de la actualidad. Ni existe democracia, ni existe libertad, ni las mujeres han podido quitarse el burka, sin que eso le importe demasiado a la OTAN. La guerra continúa, y sigue siendo un pozo sin fondo donde va el dinero de los contribuyentes -entre otros los españoles que luego nos tenemos que apretar el cinturón y tragar con las bajadas de salarios por el bien de la patria- y un gran negocio para la industria armamentística y de seguridad.
 Y quinto, la guerra de Afganistán ha sido el Alma Mater de esa vergüenza moral y ese engendro alegal que se llama Guantánamo. Ese centro de tortura que el presidente Obama prometió cerrar cuando llegara a la Casa Blanca, aunque ya sospecháramos que de cerrarlo nada. De hecho, se han vuelto a reanudar en él los juicios militares o más bien esos simulacros de juicios sin ninguna garantía legal para los allí secuestrados.
 En fin, que a pesar de los aplausos entusiastas que según dicen le dedicaron al señor Zapatero desde la bancada del PSOE después de su intervención, en esta ocasión, si se hubiera quedado calladito, seguro que hubiera estado más guapo.

lunes, 28 de marzo de 2011

¡A por el petróleo!

 Si no he entendido mal, cosa que no sería de extrañar porque la cuestión es bastante abstrusa, la situación actual de Libia es la siguiente. Por un lado está el ejército de Gadafi masacrando a unos rebeldes que reclaman democracia para su país, como han hecho en Egipto y en Túnez, y como también están haciendo en Arabia Saudí, Bahrein o Marruecos, donde los tiranos también están matando ciudadanos, incluso apoyándose entre ellos, pero ahí por lo que se ve no conviene meterse. Por otro lado, Francia decide enviar a sus aviones a bombardear todo lo que se mueve, amparándose en un resolución de la ONU que lo único que resuelve es crear una zona de exclusión aérea. Es evidente que Francia tiene importantes intereses comerciales en el Magreb y ansía controlar los recursos libios. El Reino Unido, que teme que Francia se le pueda adelantar en la carrera, decide enviar también sus tropas. EE.UU., que no pierde oportunidad de ganar un centavo, no le va a la zaga, porque conocen muy bien eso de que “a río revuelto ganancia de pescadores”. España, que ve como están las cosas y tiene que defender los intereses de Repsol, envía también unos cuantos aviones e Italia, que gracias a sus buenas relaciones con el dictador está –o estaba- a la cabeza de la lista de beneficiarios de la riqueza del país, al principio presta sus bases como rampas de lanzamiento de los cazas de la coalición, pero como ve que al final los demás se lo van a llevar todo, se echa para atrás y dice que, o lo manda la OTAN, o ellos no dejan sus bases a nadie, no vaya a ser que se queden sin su trozo de pastel petrolífero. Lo único que no encaja muy bien es qué pintan en todo este lío Dinamarca y Noruega, a no ser que realmente piensen que van allí a luchar por la democracia y la libertad de la población. Más o menos lo que debió pensar la Liga Árabe cuando pidió ayuda a las potencias occidentales para proteger a los ciudadanos libios, y que ahora solicita que dejen de prestar esa ayuda, porque una cosa es llevar la democracia al país y otra muy distinta que no haya país donde levar la democracia, que a este paso es lo que va a pasar. Hay que ser muy corto de vista para no darse cuenta de que a las potencias que están bombardeando Libia la libertad, le democracia y la vida del pueblo libio les traen sin cuidado. Lo que les interesa de verdad es el control de los pozos petrolíferos y los depósitos de gas, por eso no tuvieron ningún reparo a apoyar a Gadafi cuando éste podía proporcionárselos. Ese Gadafi que era muy malo allá por los años ochenta, que de pronto se volvió muy bueno cuando negoció con las compañías energéticas occidentales y que otra vez, lo que son las cosas, vuelve a ser muy malo.
 Y es que lo que está pasando en Libia sería cómico si no fuera por lo trágico. Por un lado el presidente Obama dice ahora que no pretenden arrebatar el poder al líder libio. La verdad es que si no es eso lo que pretende no se explica que apoye a unas fuerzas rebeldes cuyo primer objetivo es ese: quitarle el poder a Gadafi. Así que u Obama se entera menos que yo, o tiene un cacao formidable en la cabeza.
 Por otro lado, al principio los rebeldes no querían ayuda extranjera y ahora resulta que sí que la quieren. Gracias a nuestra Ministra de Asuntos Exteriores –que tampoco lo tiene muy claro- nos hemos enterado de que España mantuvo reuniones secretas con los líderes de los sublevados. Si las mantuvo España es más que probable que antes que ella lo hicieran Francia, el Reino Unido y EE.UU., que al fin y al cabo pintan bastante más que España en el concierto internacional. Si fue después de estas reuniones cuando los rebeldes cambiaron de opinión, que a nadie le quepa duda de que lo que realmente se negoció fue el reparto del petróleo.
 Y por último, todo el mundo habla de los rebeldes, de sus líderes y representantes, pero nadie sabe quién son, ni sus nombres, ni sus cargos, ni nada de nada. La mejor manera de obviar a una persona y dejarla de lado es no preocuparse por saber quién es o como se llama. Eso demuestra qué es lo que les espera a los libios después de todo esto: gane quien gane no es precisamente la democracia lo que se va a conseguir, sino un yugo nuevo y una expoliación a una escala mucho mayor que la actual. En suma, que lo que se acaba sacando en claro es que todo empezó porque alguien, en alguna oficina, gritó ¡a por el petróleo!.

viernes, 25 de marzo de 2011

Libertades

 Si existe en la historia del pensamiento un concepto discutido, controvertido, manipulado y polisémico, ese es el de libertad. Todos, absolutamente todos los pensadores que en el mundo han sido desde Agustín de Hipona en adelante han hecho referencia en uno u otro momento a la “libertad”. Y resulta que al final, después de tanto tiempo, todavía no tenemos muy claro lo que es.
 Si alguien reclama en nuestra época con más ahínco la libertad esos son los denominados –autodenominados- “liberales”, o neoliberales, algo que suena paradójico puesto que han sido precisamente los gobiernos liberales –o neoliberales- los que también más ahínco han puesto en anularla. Los gobiernos liberales de Estados Unidos pusieron todo su empeño en eliminar la libertad de chilenos, argentinos, hondureños, salvadoreños, bolivianos y un largo etcétera, precisamente porque estorbaba a su “libertad”. Más o menos lo mismo que hizo Margareth Thatcher con la libertad de los mineros del carbón allá por los años ochenta. Y lo mismo que han hecho rusos y chinos cuando han entrado en la senda de la libertad occidental.
 Y es que la libertad de mercado que postulan los liberales casa muy mal con las libertades de los ciudadanos. Casa mal con la libertad individual de hacer cada uno lo que le de la gana, siempre y cuando ese “lo que le de la gana” no tenga que ver con enriquecerse a costa de quien sea y de lo que sea, porque la libertad individual choca con la libertad de mercado cuando se opone a ésta, si no que se lo pregunten a los miles de víctimas de la “guerra por la libertad” de Irak, esa libertad de los grandes conglomerados empresariales norteamericanos (Carlyle Group, Halliburton, Blackwater, Exxon, etc.) para convertir el país en su finca articular y sacar de él todos los beneficios posibles. Y casa mal con la libertad de pensamiento y expresión, porque quien se atreve a criticar esa “quinta libertad” de la que habla Chomsky, en seguida es acusado de sectario, totalitario y antiliberal.
 Si hoy en día el concepto de “libertad” tiene algún contenido es el de libertad social. La libertad de cada uno para dirigir su vida como mejor le parezca dentro de una sociedad –porque nadie vive ni puede vivir aislado-, es decir, respetando la libertad de los que tiene al lado. Y si el Estado tiene alguna función es precisamente la de garantizar esa libertad. Garantizarla redistribuyendo la riqueza, porque sólo cuando los ciudadanos tienen cubiertas una serie de necesidades básicas, que van más allá de poder comerse una hamburguesa en McDonald´s pueden ser realmente libres. Esa libertad es precisamente el fundamento de la democracia. Así que la función del Estado garantizando la libertad individual de los ciudadanos tiene como objetivo poner las bases para asegurar una democracia real. Ahora bien, redistribuir la riqueza es considerado por los “liberales” una injerencia del Estado que va directamente en contra de la libertad de mercado. Como va en contra de la libertad de mercado la existencia de un servicio público –que se paga o debería pagarse con los impuestos de todos: más el que más tiene y menos el que menos tiene- que asegure la educación, la sanidad y la seguridad para toda la población. De hecho, lo primero que hacen los liberales en cuanto llegan al poder es vender, o malvender, esos servicios públicos al mejor postor, como en Estados Unidos, donde hasta las cárceles y toda la infraestructura del Ejército son privados. Así que el objetivo de los liberales de destruir el Estado en nombre de la libertad de mercado supone la destrucción de la democracia. La libertad de mercado necesita para imponerse de un sistema totalitario (insisto, véanse los casos de Chile o Argentina, o los más recientes de China o Rusia) que fagocite al resto de las libertades. Y una libertad que exige el sacrificio de las demás difícilmente puede ser calificada como tal. Es la anti-libertad por excelencia, se pongan como se pongan los “liberales” que no son más que lobos que se han puesto la máscara de la libertad.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Miedo

 Ya he comentado alguna vez lo útil que resulta el miedo para los intereses de aquellos que ocupan los puestos de poder en una sociedad, qué decir de una sociedad globalizada como la nuestra, donde el miedo también ha de ser también global. Estos días estamos asistiendo al resurgir de un pánico que ya creíamos olvidado desde los años cincuenta y sesenta del siglo pasado y que en teoría había pasado definitivamente a la historia con el final de la guerra fría: el pánico nuclear. Y la verdad es que si uno lo piensa fríamente, lo que se puede aprender de la crisis atómica japonesa es –además de que la central de Fukushima tiene seis reactores, como no paran de repetir continuamente los medios de comunicación- que esta central es tremendamente segura. Porque si después de un terremoto de nueve grados sobre diez que ha llegado a desplazar la isla cuatro metros y un tsunami con olas de más de diez metros de altura no ha quedado reducida a escombros y ha provocado una nube radioactiva que cubriera todo el planeta, y tan sólo se habla de unas pequeñas fugas en el ya famoso “reactor 2” es que hay que reconocer que estaba muy bien hecha.
 Lo más curioso del caso es que los primeros que han difundido el pánico han sido precisamente aquellos que ayer eran firmes defensores de la energía nuclear, véase Ángela Merkel, Nicolás Sarkozy (aunque en Europa el riesgo sísmico sea mínimo) o Barack Obama, que se han apresurado a abrir un debate sobre la seguridad de las centrales nucleares que no parece tener mucho sentido visto lo visto. Hubiera sido más oportuno abrirlo en 1986, a raíz del accidente en la central de Chernóbil, y no despachar el asunto achacándolo a la obsolescencia de dicha instalación, producto de la dejadez y la mala planificación de las autoridades soviéticas, y no ahora, cuando la central japonesa ha resistido a uno de los terremotos más devastadores que se recuerdan, pero cuya posibilidad de que se repita es mínima.
 Deberíamos de empezar a ser conscientes de que los líderes mundiales tienen muy claros sus objetivos y saben muy bien lo que dicen cuando abren la boca, aunque parezca que no. Así que cuando esos líderes están poniendo en tela de juicio la seguridad de la energía nuclear –algo que por supuesto ellos en ningún momento han tomado en consideración- lo que están pretendiendo es hacer nacer el miedo en la población. Una sociedad más que aterrorizada ante la posibilidad de un accidente atómico no va a poner trabas a que los estados inviertan millones en mejorar esa seguridad, millones de todos los contribuyentes que por supuesto van a ir a parar a los bolsillos de las empresas privadas que gestionan la energía que producen esas centrales. Lo mismo que van a aceptar sin rechistar que el erario público subvencione a esas mismas empresas privadas las investigaciones sobre energías alternativas, subvenciones estatales que harán que aquéllas aumenten su valor en bolsa y los consecuentes beneficios de sus directivos. Una población aterrorizada, igualmente, no levantará su voz ante la subida de las tarifas de la energía, siempre y cuando se le convenza de que esa subida tiene que ver con la necesaria seguridad de las centrales nucleares o con la necesidad de contar con otras fuentes de energía, más limpias, pero también más caras. En suma, una población aterrorizada por el pánico nuclear será una víctima fácil de lo que Naomi Klein ha denominado “capitalismo del desastre”. Y cuando dentro de unos meses todo este asunto se haya olvidado y Japón se haya recuperado –no olvidemos que, a pesar de todo, es un país rico- lo que quedará serán unas cuantas empresas del sector de la energía que habrán visto multiplicados sus beneficios y una población agradecida que verá como tiene que pagar el doble o el triple por la misma energía, y de la misma procedencia, que recibía antes de la alarma nuclear.
 Si hay algo que de verdad debería preocuparnos es el anuncio de que la situación en Japón podría agravar aún más la crisis económica. Y ya sabemos lo que esto significa: más paro, menos créditos y ganancias multimillonarias para las empresas encargadas de la reconstrucción de las zonas afectadas. Una oportunidad de oro, en suma, que nadie va a dejar escapar.

lunes, 21 de marzo de 2011

A callarse

Que los poderes efectivos de este país –que no es, por mucho que lo diga la Constitución, la soberanía popular- no van a permitir a Sortu concurrir a las próximas elecciones municipales y autonómicas, aunque no exista ninguna razón legal para ello, es algo que algunos no sólo sospechamos, sino que estamos razonablemente seguros de que va a ser así. Ya expliqué en su momento la diferencia entre legalidad y moralidad, así que no voy a incidir más en ello. Pero en todo este asunto llaman poderosamente la atención dos cosas. La primera, que los que presionan a los jueces –aunque éstos tampoco necesitan muchas presiones- para no legalizar a la nueva formación política vasca, porque los consideran delincuentes, asesinos, y quién sabe cuantas cosas más, por mucho que nada de esto esté demostrado, no tienen ningún reparo en colocar en sus listas electorales a corruptos evidentes y presentarse –y presentarlos- como los representantes más puros de la legalidad democrática. Posiblemente estén muy seguros de que sus amiguetes de los Tribunales de Justicia los van a absolver de todos los cargos, dejando a la Policía que los ha investigado –a la que tanto dicen defender- y al resto de la población de paso como tontos redomados.
 La segunda cosa es que en este país las anormalidades democráticas, por el arte de birlibirloque de nuestros políticos, jueces y periodistas, acaban convirtiéndose en lo más natural de mundo. Porque si ya es una anormalidad democrática –y grave- que en un Estado de Derecho una opción política esté ilegalizada –y por tanto se consideren ilegales las ideas de los muchos o pocos seguidores que pueda tener- aún lo es más que un colectivo al fin y al cabo minoritario como son las víctimas del terrorismo –y sólo unas pocas porque Pilar Manjón y los miembros de su asociación parece que no lo son- imponga sus criterios y mantenga secuestrado no sólo el debate político, sino la misma actuación política. A ver si nos enteramos de una vez que una cosa es reconocer y respetar a las víctimas –a todas- y otra permitir que asociaciones que no dejan de ser agrupaciones cívicas usurpen las funciones que corresponden al Parlamento y al Gobierno.
 A tal extremo han llegado las cosas que ya ni siquiera es posible expresar una opinión disidente al respecto. Y cuando a alguien se le ocurre hacerlo, en este caso el señor Eguiguren, dirigente de una asociación creo que tan intachablemente democrática como es el Partido Socialista de Euskadi, que dice cosas tan de sentido común como que a ningún político sensato se le puede ocurrir mantener en la ilegalidad a Sortu cuando cumple con todos los requisitos legales o que el Gobierno ha sido cobarde en este caso y se ha plegado a las exigencias del PP (lo cual es cierto), todos, independientemente de su signo político, se le echan al cuello como tigres hambrientos, con lo que al final se ha visto obligado a rectificar en un ejercicio de autoinculpación digno de los años más negros del estalinismo. Y es que cuando se trata de recolectar votos hay que estar siempre al quite, no vaya a ser que a alguno se le ocurra pensar por su cuenta y se desmorone el tinglado.
 En España todavía hay cosas que no se pueden decir y estamentos e instituciones a los que es mejor no mentar. Pero como nos guste o no ( a algunos menos que a otros, según se ve) estamos en una democracia, englobada en un bloque de naciones también democráticas (aunque sólo sea de boquilla) existen algunos organismos internacionales que todavía defienden libertades tan básicas como la de expresión. Y así, los apóstoles bienpensantes de la corrección política de vez en cuando se llevan varapalos como el que recientemente les ha dado el Tribunal de Estrasburgo por condenar al señor Otegi, según ellos, por injurias al Rey. Supongo yo que en los tiempos que corren el Rey es como cualquier otro ciudadano, y si existe un delito por injurias al Rey también debería de existir uno por injurias a Emilio Garoz, por ejemplo.  Wittgenstein dijo que de lo que no se puede hablar lo mejor es callarse, pero no dijo nada acerca de lo que no se debe hablar. Uno no puede hablar de absurdos –que es lo que hace nuestra clase política continuamente-. En cuanto a lo que no se debe hablar mucho me temo que algunos de nosotros seguiremos hablado de lo que nos de la real gana.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Bailando con caimanes

Milton Friedman fue galardonado con el Premio Nobel de Economía en el año 1976. Considerado el padre espiritual de la llamada Escuela de Chicago de Economía sus teorías fueron aplicadas por sus discípulos, conocidos como los Chicago Boys, durante los años 70 en Chile, Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia o Indonesia, aunque allí se les conocía como "la mafia de Berkeley". En los ochenta inspiró las políticas económicas de Margareth Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en Estados Unidos y posteriormente la del Partido Comunista Chino que pretendía abrirse a Occidente. Parte de la idea de un laissez faire puro, de que los mercados deben funcionar totalmente al margen de la regulación de los Estados o los gobiernos. El ideal de Friedman es eliminar totalmente la influencia política en la economía y para ello postula que las crisis son la plataforma sobre la que se puede edificar esa economía de libre mercado absoluto. Una crisis paraliza de tal forma a la población que esta no pondrá trabas al recorte de todos sus derechos sociales. En los países anteriormente citados todos sabemos cómo se paralizó a la población. En la actualidad, dentro de sistemas democráticos, no es posible recurrir a los métodos de Pinochet, Videla o Suharto. Así que hay que crear la crisis. Yo sabemos por donde nos movemos. Estamos bailando con caimanes.