viernes, 21 de diciembre de 2012

Los abuelos de la crisis


No se si acordarán de Paul, aquel pulpo de Carballiño que durante el Mundial de Sudáfrica se hizo famoso por ser capaz de adivinar los equipos ganadores de los diferentes encuentros. Un fenómeno como Paul sólo puede darse en España, un país donde la Ilustración salió por la ventana antes de entrar por la puerta, donde se glorifica a un empresario por donar dinero a instituciones de caridad pero no se le condena por no pagar impuestos  y donde todavía el canon de conocimiento es la superstición y la creencia absurda. Buena prueba de ello es que debemos ser el país de Occidente con más videntes, adivinos y brujas por kilómetro cuadrado y, lo peor de todo, es que la gente cree a pies juntillas en ellos y en sus poderes. Es precisamente de videntes, adivinos y brujas de lo que quiero hablar, pero no de los tarotistas que copan los canales de la TDT –aún no entiendo, cambiando de tema, el interés público que supone implantar dicho sistema cuando los únicos contenidos de estos canales son éstos, series pasadas de moda y señoras ligeras de ropa, e Intereconomía, por supuesto- , ni de las brujas o pitonisas que a cambio de unos honorarios más o menos elevados son capaces de ponernos en contacto con nuestro difuntos. Me refiero a los dos últimos adivinos que ocuparon hace unos meses los espacios principales de la prensa hablada y escrita, esos dos simpáticos ancianetes que, parece ser, fueron capaces de predecir en el año 2007 la crisis económica que ahora disfrutamos.
 Teniendo en cuenta que el futuro no se puede predecir –como ya nos enseñó Hume- al menos con total seguridad –es tan sólo probable que un hecho determinado se produzca y la observación de los acontecimiento pasados y presentes únicamente puede hacer surgir en los sujetos una creencia de que este hecho se dará efectivamente en la realidad- y teniendo en cuenta también que el que unos abuelos de la España profunda fueran capaces de ver lo que muchos analistas económicos no fueron capaces ni de imaginar no tiene ningún merito, porque los susodichos analistas han demostrado, -sobre todo en los últimos tiempos- que su capacidad intelectual es más bien limitada, la verdad es que lo que hicieron estos dos caballeros no constituye ni mucho menos la hazaña que pretenden hacernos creer.
 Ya desde el año 2000 cualquiera que tuviera ojos en la cara era capaz de ver que la estructura económica española, fundamentada única y exclusivamente en el ladrillo, tarde o temprano había de venirse abajo. Cualquiera dotado de un mínimo de sentido común -precisamente lo que tenían los dos abuelillos protagonistas de nuestra historia- que no estuviera contaminado por la información –o desinformación- económica y que no estuviera cegado por lo que Nassim Taleb llama la “arrogancia epistémica” podía darse cuenta de que las casas se hacen para que la gente viva en ellas, y que más pronto o más tarde todos aquellos que podrían permitirse comprar o alquilar una ya lo habrían hecho, con lo cual el mercado necesariamente habría de paralizarse. Si a esto se añade que los bancos negociaron hipotecas sin ninguna garantía de poder cobrarlas en el futuro –porque, repito, el futuro no se puede predecir- con el único objetivo de dar salida a una mercancía que ellos mismos financiaban y de la que obtenían pingües beneficios que llegaban desde dos vías: los intereses de las hipotecas y el porcentaje del precio –más que sobreelevado- de los pisos, la predicción era bastante sencilla. Tan sencilla que, allá por el año 2005, varias agencias internacionales de análisis económico, cuyos miembros eran, a lo que se ve, un poco más inteligentes que los citados más arriba, ya alertaron del peligro de estallido de la burbuja inmobiliaria.
            Aquí, sin embargo, todo el mundo obvió esos avisos y, sobre todo, esas evidencias. Y ahora, a toro pasado, se nos dice que la crisis no podía preverse. Por eso, cuando dos señores de un pueblecito dicen que ellos ya la predijeron en el año 2007 se convierten inmediatamente en noticia. Noticia que sirve a muchos –y por eso, y no por otra cosa se convierten en noticia- para dos cosas: desprestigiar todo el análisis científico –ya sea económico o no- metiendo en el mismo saco a los incompetentes y a los científicos serios, dando a entender que no hacen falta “estudios” para hacer los que dos señores cargados de “sabiduría popular” –que es la que importa- son capaces de hacer, y dejar por los suelos al anterior Presidente del Gobierno -aunque para esto se bastaba el sólito- el cual, estando ya todos con el agua al cuello, dijo sin que se le moviera un pelo del bigote que la crisis no existía. Porque aquí todos somos muy listos hasta que se demuestra lo contrario.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Huelga general y método científico


 El 26 de enero de 1994 el subdirector de un colegio de élite de las afueras de Madrid reunió a la plantilla de profesores de dicho centro y les espetó lo siguiente: “El que mañana no venga a trabajar que no se moleste en venir más”. Al día siguiente, 27 de enero de 1994, había convocada una huelga general. Comento este caso por dos razones: la primera porque que yo formaba parte de aquél equipo de profesores y por tanto me resulta familiar y conocido; la segunda porque la coacción que puedan ejercer los piquetes de trabajadores durante una huelga general no es comparable, ni en el fondo ni en la forma, a la que ejercen los empresarios o ciertos empresarios. 
 El caso anterior es una demostración palpable –y, como ya he dicho, familiar para mí y supongo que para muchos más- de que no existe ningún método científico capaz de determinar el alcance de una huelga general. Aun así, hay quien se empeña en utilizar variables científicas, o más bien pseudocientíficas, para medir ese impacto. Voy a tomar tres de las mas utilizadas y a analizar por qué no sirven para nada.
 a).- El recuento de los huelguistas. Normalmente, ante una huelga general las cifras de los ciudadanos que la secundan varían en una horquilla, según quien haga el recuento, no soportable por ninguna ley estadística conocida. Y ello porque la manera de realizar el arqueo es distinta según quién lo haga: los convocantes o el gobierno de turno. Mientras que los primeros dan las cifras de aquellos que no han ido a trabajar y también de aquellos que lo han tenido que hacer obligatoriamente por estar incluidos en los servicios, mal llamados, mínimos, los segundos incluyen en sus cifras a todos aquellos que han acudido a su trabajo, independientemente de si éstos forman parte del contingente de los servicios mínimos o no. Así, hay un grupo, el de los servicios mínimos, que figura tanto en el monto de los huelguistas como de los no huelguistas. Puesto que los servicios mínimos son una imposición del gobierno en la mayoría de los casos, y las empresas no suelen tener la delicadeza de incluir en ellos a aquellos trabajadores que han manifestado su deseo de no hacer huelga, sino más bien al contrario, el recuento presumiblemente científico de éstas y de aquél resulta falseado en su base.
 b).- Los indicadores de impacto del paro. El afán por determinar de forma científica el impacto de una huelga general ha hecho que se utilicen cada vez más por parte de analistas y medios de comunicación una serie de indicadores del mismo. El más frecuentemente utilizado, por ser supuestamente el más fiable, es el aumento o disminución del consumo eléctrico. Desde mi punto de vista, sin embargo, es tan fiable como lo pueda ser contar a los visitantes de un parque. En primer lugar, el consumo eléctrico depende de la época del año, pues no es el mismo en verano, cuando hay más horas de luz natural, que en invierno, cuando hay menos, así que no parece que tenga mucho sentido utilizar este medidor para comparar entre si dos o más paros generales. En segundo lugar, nada hay que impida que un trabajador en huelga se levante al alba y encienda las luces de su casa. Y en tercer lugar, el consumo eléctrico es algo fácilmente manipulable. Cualquier empresario puede llegar a su fábrica a las tres de la mañana y poner en funcionamiento todas las máquinas. De hecho, en la ultima huelga general se han dado varios casos de ayuntamientos que han mantenido encendido el alumbrado urbano durante todo el día.
 c).- Los sectores movilizados. Es ya un lugar común afirmar que una huelga general ha fracasado porque el comercio no ha cerrado sus puertas. Utilizar el comercio como sector modelo para determinar el alcance de un paro de este tipo es una interpretación torticera de las relaciones de producción que se establecen en el seno de la sociedad. Cualquiera con unos mínimos conocimientos económicos y sociales sabe que el sector básico sobre el que se edifica la economía capitalista actual es la industria. Y que el que puede paralizar una nación es el transporte. Si estos dos sectores se paralizan una huelga general será un éxito. Aunque todas las tiendas estén abiertas y algunos empresarios sigan diciendo a sus trabajadores aquello de que “quién no venga a trabajar mañana que no se moleste en venir más”.

lunes, 12 de noviembre de 2012

De política e ideología


Existe en los últimos tiempos una misteriosa tendencia por parte del Gobierno y sus medios a descalificar cualquier acción que ponga en duda el acierto de sus decisiones y actuaciones añadiéndole el adjetivo de “político”. Así, se oye hablar de huelgas políticas, manifestaciones políticas o protestas políticas. Y el caso es que el adjetivo “político”, en lugar descalificar a la acción a la que se aplica lo que hace es, más bien, situarla en su justo lugar y medio. Todas las huelgas, todas las manifestaciones y todas las protestas son políticas, porque constituyen una reacción de la sociedad civil, -de la polis- contra los actos gubernamentales, actos que, en esencia, son también políticos. De esta forma la única respuesta que cabe ante una decisión política ha de ser precisamente una respuesta política. Cuando desde los foros afines al poder se tacha una protesta de política, pretendiendo así hacerla perder su legitimidad social es, sin embargo, el que tal hace o dice el que queda deslegitimado. Porque la impresión que deja es que, en realidad, lo que le ocurre es que tiene miedo de la política, del debate social, o más bien de que la política deje de ser una propiedad exclusiva suya para pasar a manos de aquéllos a los que legítimamente pertenece: el conjunto de la sociedad. Ahora bien, habida cuenta de que para el Gobierno y sus acólitos la política no es un fin en sí mismo, lo que como fundamentación de la sociedad debería de ser, sino un medio para obtener el poder, a lo que tienen miedo es a perder ese poder, poder que sólo pueden retener controlando el instrumento que se lo proporciona.
Es en este marco de deslegitimación de la política y afán de poder en el que se sitúa la confusión en la que, a mi juicio, caen todos aquellos que desautorizan las protestas políticas tachándolas, exactamente, de políticas. Quizás lo que quieren decir es que estas protestas, más que políticas, son ideológicas. Que la política es ideología es algo comprobable desde las dos concepciones tradicionales del término. Tanto en su sentido tradicional como conjunto de ideas, de ideas políticas, como en el sentido marxiano de conocimiento falso de la realidad. Porque uno de los objetivos de este falso conocimiento es alejar a los ciudadanos de la política. Y la política, entendida desde el marco de referencia al que nos estamos refiriendo, como instrumento de control del poder y, por lo tanto, como propiedad exclusiva de la casta gobernante, es una formación ideológica.
Pero aún hay más. Es evidente que un Gobierno democrático –y aquí por “democrático” entendemos salido de unas elecciones- tiene el derecho a legislar como le parezca oportuno, pues ese es el mandato que ha recibido de la población, tanto de aquéllos que le han votado como de aquéllos que no le han votado pero que, por el simple hecho de depositar su voto han aceptado las reglas del juego y han dotado de legitimidad al Gobierno resultante del proceso aunque, por supuesto, estos últimos –y también los primeros- puedan responder políticamente a las decisiones gubernativas con las que no estén de acuerdo. Lo que ya no está tan claro ni es tan evidente es que ese Gobierno, en vez de legislar para todo el conjunto social que es, al fin y al cabo, el que lo ha legitimado en el acto de votar, tenga derecho a hacerlo tan sólo para la facción mayoritaria que lo ha elegido. En ese caso, en vez de legislar políticamente lo está haciendo ideológicamente, poniendo sus ideas por encima de las ideas de aquéllos que no le han refrendado pero también forman parte del conjunto social. De esta forma, un Gobierno que legisla desde la ideología y no desde la política tenderá a pensar que cualquier censura política es ideológica, e intentará desprestigiarla acusándola de “política”. Que es exactamente lo que es.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Nación


La Nación es un sentimiento. Un sentimiento de pertenencia a un grupo y, por ello, de unidad y solidaridad con el resto de los miembros de ese grupo. Como sentimiento la Nación es, en primer lugar, irracional como todos los sentimientos, y, en segundo lugar, algo no natural (su fuera natural yo, por ejemplo, lo sentiría), algo fabricado culturalmente e imbuido en los sujetos por los mecanismos clásicos de socialización y culturización. Estas dos características son las que convierten a la Nación en el arma política perfecta, y ello en dos sentidos. Primero como instrumento para aunar voluntades, formar masas que seguirán ciegamente a un líder carismático  que se erige como personificación de la nación y que acaba constituyéndose, en este proceso, en la nación misma. Por eso, entre otras cosas, todo nacionalismo es excluyente. El nacionalismo no excluyente no existe, porque el sentimiento nacional y la formación de la masa convierte en el Otro a todo el que no comparte aquél ni forma parte de esta. Pero también el nacionalismo es un arma política desde el momento en que constituye la cortina de humo ideal.
Es así que la actual ofensiva nacionalista, tanto de un lado como de otro, del catalán como del español, puede analizarse desde esta doble perspectiva. Por un lado los nacionalistas catalanes, con el señor Más a la cabeza, lo único que pretenden es ganar las elecciones –un fin muy legítimo, por otro lado, aunque el medio no lo sea- y cualquiera que haya seguido el curso de los acontecimientos se habrá dado cuenta de ello: primero la calculada y prefabricada exaltación nacionalista de la “Díada”, después la convocatoria de elecciones y, por último, el amago de convocatoria de un referéndum –referéndum que no se va a convocar como ya ha dejado claro su supuesto convocante  al declarar que “no va a convocar una consulta para perderla”, así que, o hace trampas, o no la convoca, que es lo que tiene en mente desde el principio-. En resumen, el señor Mas está amenazando con la independencia para que le den más dinero  que pueda seguir sufragando sus victorias electorales. Y es que el nacionalismo, como todo sentimiento que no surge de la razón y de la dignidad humana que ésta implica, tiene un precio.
Por otro lado el nacionalismo español tiene como objeto exactamente el mismo: hacer que el PP vuelva a ganar las elecciones exaltando los ánimos anticatalanistas. En este bando quizás el acontecimiento más destacable sea  -dejando a un lado el desfile del 12 de Octubre, Fiesta Nacional, con lo cual ya queda todo dicho-  las palabras del Ministro de Educación hacer a de españolizar a los alumnos catalanes. Si bien la estulticia de este señor es harto conocida y todo lo que sale de su boca hay que tomárselo como es: una broma de mal gusto, es este caso la ocasión y el objetivo han estado bien elegidos. Ahí tenemos como muestra a los medios y los plumillas de la ultraderecha ladrando de nuevo y, lo que es peor, creando opinión pública. Lo más triste de todo es que se haya elegido como campo de batalla la educación, una de las pocas cosas que son –o deberían de ser- universales. Tanto el señor Wert, como el señor Mas, como todos aquéllos que le siguen el juego deberían de saber que la educación no sirve para catalanizar ni para españolizar, sino para humanizar, lo cual implica que un catalán o un español no son seres humanos completos si se quedan sólo en eso. Porque humanizar, entre otras cosas, es hacer que los sujetos dejen de ser unos paletos, que es lo que es aquél que no ve más allá de la barretina o la bandera rojigualda.
Y es que el auge nacionalista no tiene otro objeto que tapar la miserias de la crisis y de unos gobiernos –el catalán y el español- que la están gestionando según los intereses de la banca y las multinacionales que no entienden de naciones. Son los mismos perros con el mismo collar y mientras aparentan golpearse con una mano se hacen caricias con la otra. Lo cual no es de extrañar puesto que son dos gobiernos de derechas y el nacionalismo, como todo el mundo sabe, es siempre de derechas.

lunes, 22 de octubre de 2012

El Ministro Wert y la hermenéutica imposible


 Las últimas declaraciones del Ministro Wert son dignas de un ejercicio de hermenéutica en profundidad. Aunque es de temer que esa hermenéutica acabe resultando imposible –o sea una hermenéutica de lo imposible- porque de aquello que no tiene ningún sentido poco sentido se puede extraer. Las susodichas declaraciones –o al menos el fragmento de texto a analizar- son la siguientes “... si se mejora el rendimiento –sobre todo en matemáticas, lectura y escritura-de los estudiantes de un país aumentará su rendimiento económico, lo que es esencial, porque permite recortar inversión en educación, y al mismo tiempo que se mejore el rendimiento de los estudiantes”
 Si ustedes, después de leer estas líneas, no entienden nada no se preocupen, porque nada se ha dicho. O más bien sí: lo que se dice está fuera del texto, al margen o entre guiones, pero de esa parte nos ocuparemos más tarde. Me centraré ahora, por tanto, en la parte principal o el cuerpo del texto, el cual, exceptuada la proposición entre paréntesis, quedaría como sigue: “... Si se mejora el rendimiento de los estudiantes de un país aumentará su crecimiento económico[1] (el del país, se supone, no el de los estudiantes), lo que es esencial porque permite recortar inversión en educación y al mismo tiempo que mejore el rendimiento de los estudiantes”. Si están ustedes pensando lo que están pensando, efectivamente tienen razón: lo que viene a querer decir el texto de marras es que si se mejora el rendimiento de los estudiantes, entonces se mejorará el rendimiento de los estudiantes, eso si, no se sabe como. Se supone que el Ministro Wert leyó estas ideas en la obra de un profesor de la Universidad de Stanford. Dejando aparte que el hecho de pertenecer al elenco profesoral de la Universidad de Stanford no es, en puridad, garantía de rigor intelectual, podemos suponer que, o bien el Ministro Wert no se enteró de lo que leía, o bien se enteró perfectamente. Aun en este segundo supuesto –que vamos a dar por válido puesto que a un señor Ministro hay que presumirle, al menos, una cierta competencia en comprensión lectora- de lo que no se ha dado cuenta sin duda es de la falacia lógica que encierra el argumento. Podría este reducirse a la regla del “Modus Ponens”, puesto que de un condicional se trata,  y en este caso adoptaría la siguiente forma: “Si se mejora el rendimiento de los estudiantes entonces se podrá recortar en educación. Se mejora el rendimiento de los estudiantes, luego se puede recortar en educación”. Y de nuevo tienen ustedes razón si están pensando lo que están pensando. El Ministro Wert no ha dicho esto sino, más bien, esto otro: “Si se mejora el rendimiento de los estudiantes entonces se podrá recortar en educación. Se recorta en educación, luego se mejora el rendimiento de los estudiantes”, lo que hay que suponer ya que, si bien no dice cómo se mejora el rendimiento, si que ha aplicado estos recortes antes de producirse la mejora. Evidentemente el “Modus Ponens” del Ministro Wert es una violación de la regla lógica que elimina todo el sentido del argumento.
 Pero decíamos mas arriba que el verdadero sentido de este texto que nos ocupa no está en el texto mismo, sino en lo que se sitúa al margen, la apostilla o añadido que reza : “sobre todo en matemáticas, lectura y escritura”. Aquí si que es posible profundizar y la conclusión a la que se llega parece clara –sobre todo por el “sobre todo”-. De lo que se trata es de que los estudiantes sepan sumar, leer, escribir y nada más. Recuerdo un personaje de un poema de Pemán que “sabía leer y escribir lo justo” pero tenía el corazón inflamado de ardor patriótico, que era el modelo de individuo que pregonaba el franquismo. Si los ciudadanos saben sumar, leer y escribir, y nada más, se habrá conseguido formar una masa ignorante y no cualificada, mano de obra barata que aceptará cualquier trabajo, con cualquier sueldo y en cualquier condición, y que no tendrá la capacidad intelectual suficiente como para poner en entredicho las decisiones del gobierno o de la empresa. Esto, según el Ministro Wert y, nos tememos, el profesor de Stanford, es lo que permitirá aumentar el crecimiento económico –un trabajo en régimen de semi-esclavitud, sin derechos laborales ni sociales, como en China, sin ir más lejos-, aunque no está tan claro si del país o de las empresas –a no ser que las empresas se identifiquen con el país-. La cualificación técnica que todos los líderes mundiales pregonan como la única salida de la crisis queda para las élites que estudian en instituciones privadas. Porque, como dijo Esperanza Aguirre en su época de Ministra de Educación. “El problema de la Educación en España es que los campesinos ha querido aprender a leer”.



[1] .- Es evidente que el crecimiento siempre aumenta, mientras que el decrecimiento disminuye. Lo raro sería encontrar un crecimiento que disminuyera.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Okupación con K

 De un movimiento que se dice de izquierdas uno espera que tenga al menos un poco de visión histórica. Y si además pretende ser un movimiento político, o que pretende llevar a cabo una revolución política, tampoco estaría de más exigirles alguna noción básica de estrategia. El movimiento “Ocupa el Congreso” adolece, a mi modo de ver de las dos cosas.
 En primer lugar no es que carezcan de visión histórica, es que no saben Historia, por lo que no les vendría mal alguna lección. Quizás por eso no se han dado cuenta de que todos los Gobiernos totalitarios han suprimido las cámaras de representantes. Seguramente no saben que Hitler lo primero que hizo al llegar al poder fue quemar el Reichstag o que en España, sin ir más lejos, durante los 40 años de dictadura franquista no hubo Parlamento –había Cortes Orgánicas- y los partidos políticos estaban prohibidos, lo mismo que parecen exigir ellos ahora. Quizás no sepan que probablemente el logro político más importante de la Segunda República fue establecer un sistema electoral libre donde antes existía un sistema de alternancia entre dos partidos y formar un Congreso de los Diputados donde se debatían las leyes a aplicar, esas leyes que antes eran impuestas por la fuerza del Rey, la Iglesia y las oligarquías. Quizás no sepan nada de esto y hay que perdonárselo porque al fin y al cabo se han educado en la ESO.
 Pero aunque uno no sepa Historia, si se convoca una manifestación y por lo tanto se realiza un acto político, hay que tener una idea clara de la estrategia a seguir. Y es un error de bulto –o no, dependiendo de las intenciones de sus convocantes- reclamar democracia pretendiendo rodear, encerrar o lo que sea a los representantes del pueblo. Porque les guste a ellos o no los Diputados son los representantes del pueblo español, al menos de la gran mayoría de él, y atacarles a ellos es atacar a la soberanía popular. Por supuesto que están en su perfecto derecho y es completamente legítimo considerar que no les representan –a mi tampoco me representan- pero tal vez deberían preguntarse a quién representan ellos. Que nadie se extrañe entonces de que la señora Cospedal los compare con Tejero –Tejero era un Teniente Coronel de la Guardia Civil que entró a tiros en el Congreso de los Diputados y secuestró a sus miembros el 23 de Febrero de 1981: otra lección de Historia-. Por supuesto que nada tiene que ver una cosa con otra, pero si uno no se plantea bien la estrategia da pie a que se hagan estas comparaciones. Lo mismo que da pie a los medios de la extrema derecha para soltar todo el veneno que llevan dentro y descalificar todas las protestas sociales en su conjunto. Hay que tener muy poca visión política para no darse cuenta de que el pueblo español es conservador y amante del orden en su gran mayoría y que actos como los del día 25 lo único que hacen es alejar a la gente de la calle. Y provocan que el señor Rajoy salga alabando a la “mayoría silenciosa” –no se si la misma de Fraga u otra- que cada vez será más mayoría y más silenciosa. Yo me pregunto, y no dejaré de preguntármelo, por qué en vez de rodear el Congreso no se rodeó el Palacio de la Moncloa, o los edificios de los Ministerios, que es donde se está haciendo la política antisocial contra la que presumo que va dirigida la protesta. El Parlamento ya está rodeado desde dentro por el Gobierno y su partido, con lo que rodearlo desde fuera en el fondo no es mas que apoyar la actuación de aquéllos. Y por último, tampoco está de más conocer la ley y saber que manifestarse ante el Congreso cuando éste está reunido es ilegal –y no entro ahora a valorar si esto está bien o está mal- de tal forma que todos los medios que nos han recordado en las últimas horas que el susodicho acto era ilegal tienen, evidentemente, razón. Y cuando alguien comete algún acto ilegal, pues lo lógico es que la policía le persiga -tampoco valoro la actuación de la policía, algo que haré en otro momento, pero si adelanto que no se pueden exigir comportamientos morales a un colectivo cuando el noventa por ciento de la población no los tiene- o al menos eso es lo que queremos que se haga con los políticos corruptos.
 Sólo me queda esperar que tanto los colectivos convocantes del acto, como los que acudieron a él, como todos aquellos que de una u otra manera les apoyan, sean coherentes con sus ideas –es decir, racionales- y en las próximas elecciones no voten a nadie, que es la manera democrática de vaciar el Parlamento y forzar ese cambio en la Política que tanto predican.
            

miércoles, 1 de agosto de 2012

No es el aborto

 Si se tratara de discutir sobre el aborto diría que la libertad individual no puede ni debe ser regulada por medio de leyes. Que el hecho de abortar o no abortar es algo que corresponde decidir de forma exclusiva a la mujer –o a la pareja- en base a su independencia y autonomía o a sus creencias; que ni desde un punto de vista biológico ni, desde luego, desde un punto de vista moral, cabe considerar a un feto como un ser humano, en el primer caso porque no es capaz de vivir independientemente del organismo de la madre y en el segundo porque no tiene conciencia ni capacidad de opción moral; que el hecho de que se permita abortar no obliga a nadie a hacerlo, mientras que el hecho de prohibirlo si obliga a no hacerlo –algo tan obvio que a veces da vergüenza recordarlo- y, en resumen, en vista de que el aborto no es algo que pueda perjudicar gravemente a una sociedad sana, y mucho menos destruirla, no debería de estar sometido a ningún tipo de ley.
 La cuestión, sin embargo, es que no se trata de discutir sobre el aborto. El señor Ministro de Justicia del actual Gobierno no tiene en mente ninguna consideración moral cuando propone restringir legalmente su práctica. Y no la tiene porque no actúa como un individuo particular –y además no debe de hacerlo- sino como miembro de un colectivo que, entre otras cosas, ha demostrado su condición moral aplaudiendo una serie de recortes sociales que perjudican única y exclusivamente a las capas más desfavorecidas de la sociedad. Y, como Ministro de Justicia en concreto, ha dado muestra de sus convicciones morales concediendo un titulo nobiliario al nieto de un genocida como Queipo de Llano. No se trata, entonces, de debatir cuestiones morales, aunque resultaría muy discutible considerar como moral el hecho de condenar al sufrimiento a un niño pequeño, a una “criatura de Dios”.
 ¿De qué se trata, pues, si no es del aborto?. En primer lugar la cuestión de la interrupción voluntaria (aquí está la clave: si es voluntaria es libre, ni se puede obligar a realizarla, ni se puede prohibir hacerla: depende sólo de la “voluntad” de la persona) del embarazo es siempre una cortina de humo –por polémica- para ocultar otros temas mucho más importantes y graves. Mientras se discute sobre el aborto no se hace sobre la indemnización al ex-presidente del Consejo General del Poder Judicial, por ejemplo. En este sentido, sin embargo, la utilización de la problemática del aborto no es exclusiva de este ejecutivo y ha sido usada, en mayor o menor medida, por todos los gobiernos de este país. La postura del actual Ministro de Justicia, y esta es la novedad, añade un elemento que la hace extremadamente reveladora. Según su proyecto, el aborto sólo estaría permitido en el caso de riesgo psicológico para la madre, algo absurdo cuando no se permite en el caso de riesgo físico. Ahora bien, el riesgo psicológico, a diferencia del riesgo físico, sólo es comprobable objetivamente, y aún así con matices, en los casos de violación. En el resto es algo subjetivo, mucho más si se trata, como es el caso, de determinar ese riesgo a priori, antes de que se produzca el nacimiento. Así que es posible aventurar que la gran mayoría de los psicólogos y psiquiatras en ejercicio firmarán informes en los que se dictamine el riesgo psicológico para la madre en todos los supuestos no contemplados por la ley, incluido el de graves malformaciones del feto. Lo que se pretende, entonces, no es tanto impedir que se aborte – algo que se seguirá haciendo aunque con más trabas- como el ahorrar dinero. Porque si el aborto en caso de graves malformaciones del feto está prohibido, el servicio público de salud –y éste es el siguiente paso- no estará obligado a realizar las pruebas diagnósticas pertinentes para determinar esas malformaciones, como la amniocentesis o la Prueba del Talón. Pruebas que, lógicamente, se seguirán realizando en las clínicas privadas previo pago por los servicios prestados -y que servirán, en última instancia, para determinar el riesgo psicológico de la madre- y sólo se las podrán hacer quienes tengan posibles para pagar esos servicios.
 Es mejor no hacerse líos. No se trata del aborto, se trata de otra cosa.

lunes, 30 de julio de 2012

Ser y tener

 Vivimos en una sociedad frustrada. Una frustración que no miden los indicadores económicos pero que es palpable en cualquier actividad cotidiana, la consecuencia más grave de la crisis financiera porque destruye el tejido social y nos convierte en una manad de animales gregarios más que en una sociedad estructurada. Vivimos en una sociedad frustrada porque durante mucho tiempo lo único que se ha valorado es el tener, y se ha olvidado el ser. Las aspiraciones sociales se resumían en tener casas más grandes y coches mejores, en poseer lo que el otro poseía, en demostrar la importancia social consumiendo más y mejor que el vecino. Si uno iba de vacaciones a Cuba, el de al lado iba a Tailandia, para no ser menos, sino más y el dinero no era problema porque los bancos lo daban sin preguntar demasiado. Los modelos sociales eran tipos que habían triunfado no por lo que eran, sino por lo que tenían: famosos de medio pelo, aristócratas venidos a menos, toreros y futbolistas. El paradigma de esta situación lo expresó uno de estos últimos cuando dijo que se le tenía envidia porque era “rico guapo y jugaba bien al fútbol”. De las tres cosas, dos corresponden al ser: ser guapo, una característica subjetiva que en todo caso depende del azar, y jugar bien al fútbol, algo que hace cualquier niño de diez años –incluso yo, cuando tenía diez años, jugaba bien al fútbol-. Así que su argumentación quedaba reducida a ser rico, al tener. Cuántas veces se pudo oír a encofradores semianalfabetos, pero que ganaban el doble o el triple que un médico, espetar que éste no era más que él porque tuviera una carrera, lo cual viene a querer decir que él era más que el médico porque tenía más dinero. Estaba presente en el ambiente la idea de que cuanto antes se dejara de estudiar mejor, porque la formación no da dinero, o al menos no lo da rápido, y el desarrollo humano no cuenta ante el potencial económico. El país era un restaurante de lujo donde se comía con las manos –de hecho, los restaurantes de lujo se llenaron de comensales que no sabían usar los cubiertos-. No es este el lugar para discutir si se vivía por encima de las posibilidades económicas, pero desde luego si por encima de las ontológicas. Al fin y al cabo España siempre ha sido un país de hidalgos –qué moderno sigue siendo El Quijote-.
 Ahora que no se tiene –y no se es, aunque esto siga siendo lo de menos- aparece la frustración, y con ella la violencia y la agresividad, no contra los responsables de que ya no se tenga –que en parte son los propios ciudadanos- sino contra los el que tenemos más cerca, no sólo física, sino sobre todo socialmente. Los individuos que ya no tienen nada –y que tampoco son nada- miran con recelo al de al lado, que tampoco tiene nada pero que es posible que sea más que ellos. O al menos así lo creen. Surgen los complejos latentes en el inconsciente y consuela el estar orgullosos de lo que no se es: aparece la necesidad de ser alguien. Así se da una identificación con aquellos que consiguen alguna hazaña y pueden ser considerados de los nuestros. Se jalean los éxitos deportivos como si fuesen propios, se es español –sin tener muy claro lo que es eso- porque se ha ganado un partido de fútbol o una carrera de coches y las ventanas se llenan de banderas nacionales. Y el que no se siente orgulloso de ello, porque es alguien en sí mismo, se convierte en el enemigo. Cuando el conductor se dedica a insultar más que a conducir es porque su vida no vale nada, es un individuo frustrado que tiene que revindicar su autoestima demostrando que, aún, posee el coche más potente. Cuando alguien mira mal en el Metro es porque en el fondo se considera una hormiga al lado de todos los que le rodean. Cuando alguien se comporta como si fuera el dueño del mundo es porque no es dueño ni de su propia existencia.
 Dicen que todas las crisis sirven para mejorar. Uno desearía que fuese verdad y ésta nos hiciese ser, y ser mejores. Pero mucho me temo que cuando volvamos a tener nos volveremos a olvidar de lo que debemos ser.

viernes, 27 de julio de 2012

Políticos y políticos

 Toda sociedad necesita Políticos. Quizás no los políticos que tiene, pero si sujetos capaces de encauzar una red de relaciones sociales cada vez más compleja. Son necesarios Políticos, no políticos. Individuos que hagan Política, y, desde ella, defiendan los intereses de los ciudadanos, especialmente de los más débiles, frente a los ataques de aquellos que, ajenos a la Política y por lo tanto a la sociedad, intentan tomar el control de ésta y destruirla en su propio beneficio.
 En las Polis griegas todos los ciudadanos –libres- eran Políticos, todos participaban en la Asamblea, estaban capacitados para tomar decisiones y podían ocupar, en algún momento de su vida, un cargo público. La Paideia, tal y como se entendía por aquel entonces, era la educación de los ciudadanos para prepararles en su función política –los sofistas no iban tan desencaminados-. Y el desempeñar bien esa función política era considerado la máxima virtud –ya fuera ésta la Justicia, el Término Medio o la areté guerrera-. Por eso la educación era educación en la virtud. Así que si hoy en día tenemos políticos, y no Políticos, es porque la educación es un valor a la baja frente a otros como la ambición o el afán de poder, precisamente aquellos que los griegos consideraban vicios. Una sociedad que no está educada no podrá nunca dirigirse a ella misma. Será una sociedad que necesitará políticos, porque no tendrá Políticos.
 Así las cosas, no todos los políticos son iguales. Tan demagógico es considerar que cualquiera, por el mero hecho de formar parte de esa abstracción llamada “pueblo”, es capaz de tomar decisiones políticas, como creer que todos los que dirigen una sociedad son corruptos que sólo piensan en llenarse los bolsillos. Es en épocas de crisis cuando estas ideas brotan con más fuerza y lo hacen lanzadas desde aquellas instancias a las que no les interesa que haya Políticos, y por tanto que haya Política, porque tanto unos como otra resultan un estorbo para sus intereses. Instancias que no son otras que aquellas que llevan mucho tiempo aprovechándose de la Política, a la que ya han convertido en política, y que cuando advierten que aquélla puede tomar nuevas fuerzas y sacar a la luz sus vergüenzas no tienen ningún reparo en desprestigiarla. No es casualidad que los ataques más fuertes contra los políticos –y los Políticos- estén viniendo precisamente de las filas de la derecha, que los medios que ahora se hartan de gritar contra el exceso de políticos sean los medios de la derecha y que los ciudadanos que no se cansan de decir que todos los políticos son iguales acaben, invariablemente, votando a la derecha. Y es que no debería ser tema de debate el sueldo de un político, sino si hace o no hace bien su trabajo. A un político no hay que relevarle por cobrar mucho, sino por ser un inútil. Esto es lo que debería preocupar a una sociedad educada políticamente. Mientras no sea así, ésta seguirá mirando el dedo demagógico de los ingresos y no mirará la luna de la Política bien hecha.
 De la misma forma, una sociedad necesita los Políticos que necesita para garantizar que todas las opiniones estén representadas. Eliminar cargos públicos es una medida que queda muy bien de cara a la galería, una medida de escaparate que sirve para tapar otras medidas tan impopulares como la subida de los impuestos indirectos. Las sociedades que menos políticos tienen son las sociedades totalitarias y el primer objetivo de un gobierno totalitario es acabar con los Políticos. Aquellos que ahora abogan por la reducción de representantes políticos lo que en el fondo desean es ser ellos los únicos políticos, porque cuando no quedan Políticos se ha dejado el campo abierto para que alguien se haga con las riendas del poder, riendas que están ahí y que la sociedad en su conjunto no va a coger porque no sabría qué hacer con ellas. Y eso es algo que se debería tener muy en cuenta en España, donde durante cuarenta años sólo tuvimos un político y además malo. Un sociedad bien educada no pediría la desaparición de los políticos, sino que todos, como los griegos, fueran Políticos.

miércoles, 25 de julio de 2012

Prima de Riesgo y racionalidad

 En estos días en que estamos tan cerca de la celebración de los Juegos Olímpicos, una mala noticia ha venido a enturbiar la exaltación de nuestro espíritu deportivo. Y es que la Prima de Riesgo está batiendo todos los récords, pese a los recortes –o las medidas de ajuste- que el Gobierno ha puesto en marcha. Todas las alarmas se han disparado –aunque los Juegos Olímpicos sigan siendo noticia de portada en todos los medios, así como el regreso a la actividad de las distintas escuadras de balompié- desarrollándose un ejemplo claro de irracionalidad dirigida.
 En primer lugar es observable una naturalización de la Prima de riesgo. Se tratan sus subidas como consecuencia de una Ley natural. La conclusión que se puede acabar sacando es que la susodicha Prima asciende porque es un elemento gaseoso, o desciende porque es un elemento pesado, sin que en esos vaivenes intervenga mano humana alguna, y que sólo responde a fuerzas gravitatorias. Esta mitificación de la Prima de Riesgo constituye la base irracional sobre la que se edifica todo el discurso posterior y los comportamientos subsiguientes. La Prima de Riesgo es un elemento artificial, creado por los humanos y controlado por éstos. Si sube o baja es gracias a la intervención humana y es la intervención humana la que le ha dado una importancia casi metafísica. En este caso, lo racional es detener su ascenso. Primero a nivel europeo –porque el problema de la crisis es europeo y sólo se puede solucionar desde Europa- a corto plazo, con una intervención del Banco Central Europeo, y a largo plazo, estableciendo una política fiscal y económica común, de tal manera que toda Europa se financie a la vez y la Prima deje de ser nacional para convertirse en Europea. Y segundo, a nivel español, negándose a pagar un interés desorbitado por la deuda –lo racional es no comprar algo que es demasiado caro o excede a nuestras posibilidades-, con una intervención del Banco de España o con una demostración de los bancos nacionales de su supuesto interés por sacar a España y a los españoles del agujero, comprando deuda a un interés mucho más bajo y forzando así a los especuladores a rebajar la presión.
 En lugar de esto lo que se ha hecho ha sido meter el miedo en el cuerpo a la ciudadanía, como si se acercara el fin del mundo, y dilatar sine die las soluciones políticas. Algo que sólo es explicable, o bien porque como ya se ha dicho la Prima de Riesgo sigue un curso natural independiente de la voluntad humana y, por lo tanto, cualquier intento de intervención resulta inútil, o bien porque exista una racionalidad subyacente a dicha irracionalidad. Como es muy difícil creer que todos los que ocupan puestos de poder sean estúpidos, la única explicación posible ha de ser la segunda. Se trata de utilizar la Prima de Riesgo y la crisis de la deuda como excusa para aplicar recortes salvajes de los derechos económicos y sociales de la ciudadanía. Se trata de convertir Europa –especialmente el sur de Europa- en un filón de mano de obra barata para las grandes empresas del norte, que no tendrían así que instalar sus factorías en países lejanos, ahorrando en costes de transporte, arancelarios y de todo tipo. Se trata de tener el Tercer Mundo en el jardín de atrás –algo que supieron hacer muy bien los Estados Unidos en América Latina-, una masa de trabajadores no cualificados y mal pagados que, además, consumirán sus productos. Se trata, en suma, de un comportamiento racional desde el punto de vista instrumental, pero irracional desde el punto de vista moral. Pero el mundo no se acabará por la Prima de Riesgo por mucho miedo irracional que se intente exportar y cuando al final todo esto pase –que pasará- nos daremos cuenta de que sólo con una buena racionalidad moral es posible luchar contra una mala racionalidad instrumental.

lunes, 23 de julio de 2012

Querer no es poder

Una prueba de que los tiempos han cambiado que es una barbaridad y de la importancia que la psicología del bienestar ha adquirido en nuestras vidas, es la insistencia en utilizar el pensamiento positivo para superar todo tipo de crisis, tanto personales como colectivas, de salud como económicas. Qué diferencia con la actitud de los viejos estoicos o de nuestros poetas y pensadores del siglo XVII, que consideraban las crisis como efectos necesarios de la Naturaleza y centraban la virtud en su conocimiento. Lo cual, bien mirado, no deja de ser otro tipo de pensamiento positivo –por qué preocuparse si nada se puede hacer- menos consolador, quizás, pero más realista. Por muy moderno que parezca el llamado “pensamiento positivo” y muy antiguas que se nos antojen las posturas estoicas, la realidad es que aquél es mucho más viejo que éstas, al menos en sus principios de actuación. Si al algo se parece es a la magia simpática, la primera manifestación religiosa que adopta la humanidad –y es que, también, el pensamiento positivo tiene mucho de religión- según la cual determinadas potencias humanas podrían influir en el curso de la realidad, haciendo que ésta se adaptara a los deseos o las necesidades del individuo o del grupo social. El pensamiento positivo no es más que eso: pensar que el mero deseo de que algo ocurra de una determinada forma va a hacer que, efectivamente, algo ocurra de una determinada forma. El pensamiento positivo muestra así su verdadero rostro: una ocultación o un falseamiento de la realidad, una negación de ésta, lo que saca a la luz su base ideológica.
 Tradicionalmente el pensamiento positivo se ha identificado con el adaggio “querer es poder”. El caso es que querer no es poder. La pura voluntad no puede provocar cambios en la realidad –que es ajena a ésta y tan sólo puede ser comprendida y en ese sentido dominada por la Razón- y creerlo así a lo que conduce, más que a cualquier otra cosa, es a un cúmulo de frustraciones que lo que consiguen es lo contrario de lo que se pretende: hacer que la vida del individuo o de la sociedad sea aún más desgraciada. El pensamiento positivo se presenta así, no sólo como la negación ya citada de la realidad, sino como la negación de sí mismo. Este pensamiento, además, lleva implícito un componente potencialmente muy peligroso. Un sujeto es responsable tan sólo de aquello que puede elegir libremente, y aunque el ser humano sea esencialmente libre, también es cierto que está biológicamente determinado. Ahora bien, si querer es poder el ser humano, que en principio puede quererlo todo, también lo puede todo. Se le hace así responsable de aquellas cosas que no está en su mano querer o no querer, evitar o no evitar, realizar o no realizar. Un enfermo de cáncer que no vence a la enfermedad, así, sería responsable de su propia muerte. Pues no a tenido la suficiente voluntad, no ha luchado lo suficiente, no ha querido realmente curarse del cáncer[1]. Si lo hubiera hecho habría podido salvarse. Incluso Unamuno, que puso toda su voluntad en no morir, que realmente no quería morirse pero al final, como todos, murió, sería responsable, según el pensamiento positivo, de su muerte.
 Hoy en día, como émulo de algunos éxitos en determinadas competiciones deportivas, el “querer es poder” se ha sustituido por el “juntos podemos”. Desde luego, el que un conjunto de sujetos gane un partido de fútbol es un hecho que no puede extrapolarse a una crisis que abarca a toda la sociedad, entre otras cosas porque las relaciones sociales que nos hacen “estar juntos” son las que han provocado la crisis. Así que, o rompemos esas relaciones y ya no “estamos juntos”o la crisis seguirá ahí por mucho empeño que pongamos. El “juntos podemos” lo que hace es desviar la responsabilidad de la crisis y hacerla caer sobre los hombros de toda la sociedad –no salimos de la crisis porque el bombero, el pescadero y el ama de casa no quieren- y alejarla de los verdaderos responsables. Pero es que además, si uno entra en un vagón del metro y echa una mirada a su alrededor, enseguida se dará cuenta de que juntos no vamos ni a la vuelta de la esquina.




[1] .- Es curioso como este exceso de responsabilidad en asuntos que no dependen de la voluntad del ser humano va acompañado de un olvido de la misma en otros aspectos que caen plenamente dentro del campo de su libertad de decisión.

viernes, 20 de julio de 2012

Patriotismo bastardo

 Es curioso como en estos tiempos en que la palabra Patria ya no significa nada, porque el mundo globalizado elimina todas las diferencias nacionales, abole todas las fronteras y borra todos los rasgos distintivos, dejando tan sólo en pie el contraste fundamental entre ricos y pobres, explotadores y explotados, el patriotismo sea reivindicado con más fuerza que nunca. No es esta, empero, una reivindicación similar a la de los nacionalismos del siglo XIX, cuando una clase alejada del poder político apelaba al sentimiento nacional como medio para independizarse de los grades imperios y alcanzar el fin de ocupar ese espacio de poder que se le negaba.
 Por el contrario, la apelación actual al patriotismo viene lanzada por aquellos que ocupan los puestos de poder y tiene como objetivo aquellas clases que nada se juegan en el envite patriótico pero mucho en el económico. Es un patriotismo que tiene como fin compartimentar las luchas por el desarrollo social según las distintas naciones y desviar la atención del hecho de que, hoy en día, como siempre, la humanidad progresa y se desarrolla en su conjunto o no progresa, da igual que esta humanidad hable árabe o finés, habite en Groenlandia o Sudáfrica. Es un patriotismo bastardo que se fundamenta en hazañas espúreas y deja de lado, interesadamente, aquellos elementos sobre los que se podría construir una idea de Patria como aquél lugar del cual sentirse orgulloso. Es el patriotismo de los toros y las majas de Fernando VII y no el patriotismo de la Ilustración de Goya.
 En la actualidad, cuanto peor sea la situación económica de un país, mayor será el llamamiento al patriotismo que se haga desde los estamentos de poder. Un patriotismo que se pretende sustentar en la exaltación de los sentimientos y las pasiones más oscuras, en la orgía y la embriaguez que provocan la victoria sobre el extranjero –ya que no en el combate bélico, si en el deportivo-, en la irracionalidad del orgullo de la nacionalidad cuando de algo parecido a los juegos infantiles se trata, en la exacerbación del espectáculo hasta convertirlo en el elemento central que aglutina los sentimientos de pertenencia a una nación o a una raza. Y, por supuesto, en la exigencia de sacrificio ante las necesidades de la Patria, la idea de que la unión en ese sacrificio, la inmolación común en la hoguera del bien nacional conseguirá que la Patria renazca hasta ocupar el lugar que le corresponde en el conjunto de las naciones.
 Y mientras tanto, los que apelan al patriotismo de una población cada vez más anestesiada, hacen gala del suyo vendiendo el territorio y, lo que es más importante, sus leyes, a millonarios foráneos a cambio de unos cuantos puestos de trabajo denigrantes, mientras echan cuentas de los millones que, entre tantos millones que se pueden mover, se quedarán entre sus uñas, quizás porque para ellos la “Patria” tiene más que ver con un cortijo privado que con un lugar público. Los que nos piden que nos sintamos orgullosos de los éxitos deportivos no tienen ningún reparo en entregar la soberanía nacional a los mercados, y dejan que sean los instrumentos de éstos –FMI, Banco Mundial, UE o Las Agencias de Calificación Financiera- los que dirijan los destinos del país, de ese país que ellos, que son tan patriotas, deberían de dirigir, no porque se lo exija su patriotismo, sino porque se lo debería de exigir su deber como funcionarios públicos, como representantes de los ciudadanos que les han elegido para que protejan sus intereses frente a aquellos a los que, a la larga, efectivamente sirven. A estos individuos antes –y ahora- se les llamaba “vendepatrias”. Y es que, como nunca me cansaré de recordar, el patriotismo sigue siendo el último refugio de los canallas.

miércoles, 18 de julio de 2012

Leyes y Moral 2

Un funcionario público, como tal funcionario, está obligado a cumplir y, sobre todo, a hacer cumplir las leyes. Si nos atenemos a la letra estricta –y también al espíritu- de la norma, los funcionarios públicos, en el ejercicio de su función, no deben plantearse más que el mero cumplimiento de la ley. En una visión estrecha y torticera de la filosofía kantiana, se podría decir que el funcionario debe cumplir con su deber, sin plantearse nada más, y cumplir con su deber consiste en cumplir la ley. Esta visión, sin embargo, como se ha dicho, es estrecha y torticera. El funcionario público, antes de ser un funcionario, es un ser humano y su deber –su deber moral como ser humano- es reflexionar el contenido de la ley que, normativamente, está obligado a cumplir y a hacer cumplir. Y su obligación será no cumplirla cuando esa ley conculque los derechos más fundamentales del resto de los seres humanos. En estos casos, el deber moral del funcionario es no cumplir con su deber como funcionario. Su deber consiste en no cumplir con su deber.
 Es por esto que determinadas figuras jurídicas, como los “Actos de Estado” o la “obediencia debida”, si bien tienen cabida dentro del ámbito estricto del Derecho como potenciales eximentes de una conducta inmoral, que no necesariamente ilegal si lo que se juzga se corresponde con el cumplimiento de la ley, dentro del campo de la ética son meras excusas que, en cualquier caso, aparte de no eximir al sujeto de la falta de cumplimiento de su deber moral, ponen seriamente en duda su categorización como ser humano. Aquél que se acoge a estas excusas como un medio para impedir un castigo, está renunciando a su dignidad como persona y negando su propia libertad. Pero nadie puede negar su propia libertad. El individuo siempre es libre de elegir cumplir o no cumplir con su deber y, desde el punto de vista de la moral, está obligado a ello. Si no lo hace, su conducta será inmoral, libremente habrá elegido serlo y tendrá que asumir la responsabilidad de su comportamiento.
 Si el funcionario no está obligado a cumplir leyes inmorales, sino más bien obligado a no cumplirlas y el hecho de hacerlo le debe suponer una reprensión, mayor o menor, consecuencia de su responsabilidad como ser humano libre, en los legisladores, en los que elaboran la ley, el deber moral y el deber público coinciden. Es su deber elaborar leyes morales, acordes con lo que racionalmente se considera humano. Si elaboran leyes inmorales no sólo estarían faltando a su deber como legisladores, sino también al que les corresponde como seres humanos morales.
 El criterio más amplio para determinar la moralidad de una ley, tanto para el legislador como para el funcionario –más allá que la apelación al “bien común” o a los “intereses de la sociedad”, ambos propicios a caer en la subjetividad, en la particularización y, en todo caso, sujetos a una infinitud de matices- es su universalización. La universalidad de una ley no es otra cosa que su racionalidad. Puesto que todos somos seres humanos, una ley, para ser considerada universal, racional y, por lo tanto, justa, ha de ser de tal forma que pueda ser aplicable a toda la especie humana, incluyendo dentro de ésta, claro está, al propio legislador. Vendría a ser eso tan viejo y tan racional de “no quieras para los demás lo que no quieres para ti” o, en términos kantianos “obra de tal manera que la máxima de tu conducta pueda ser considerada ley universal”. Si un policía apalea a unos ciudadanos, un médico deja morir a un paciente o un profesor no enseña a sus alumnos en condiciones dignas, porque todos obedecen una ley, estarán obedeciendo una ley inmoral, porque ni al policía le gustaría que le aporrearan a él, ni al médico que le dejaran morir, ni al profesor que no enseñaran a sus hijos en condiciones dignas. Y si un legislador elabora leyes que atacan los derechos humanos y sociales más básicos, estará elaborando una ley inmoral porque esos derechos son también los suyos.
 Pero quizás un procedimiento más simple para determinar la moralidad o inmoralidad de una ley sea hacerse cuenta de la moralidad del legislador. Cuando éste o éstos jalean y aplauden leyes que atentan contra los derechos arriba mencionados, o cuando insultan a los sectores más débiles de la población perjudicados por ellas, entonces estamos ante sujetos inmorales que, necesariamente, han de elaborar leyes inmorales.

lunes, 16 de julio de 2012

Razón, Moral y Política

 La política, el hacer política, es una forma de la moral. La Política encuentra su fuente en la Ética y, pro ello, la Filosofía Política ha sido siempre una rama de la Filosofía Moral. La Moral, como facultad específicamente humana, es inseparable de aquello que convierte a los seres humanos en seres humanos: la Razón. La Razón, como bien sabía Kant –y Tomás de Aquino- en su concepción menos amplia y por lo tanto más estricta y más exacta es razón moral. Por eso cuando un político, un Presidente de Gobierno en este caso, fundamenta su discurso en la irracionalidad, en la apelación a sentimientos como el dolor, la tristeza o la necesidad del sacrificio podemos estar seguros de que estamos ante un contexto no sólo irracional, sino también inmoral. Y adviértase que lo inmoral no son las palabras, porque las palabras no pueden ser inmorales, sino los hechos, que son los únicos objetos de calificación moral.
 El hecho principal que subyace al discurso del presidente del Gobierno es que mintió y, como también decía Kant, “aunque todo el mundo mienta seguirá siendo verdad que no se debe de mentir”. Y si es inmoral mentir también lo e s acudir a la irracionalidad de los sentimientos para justificar sus mentiras. De la misma manera que es inmoral suponer que uno no es libre para no escoger lo que ha escogido. El ser humano es siempre libre de elegir lo que no elige, o de no elegir lo que elige. La libertad es el constituyente supremo de la humanidad. Negar la propia libertad para elegir –lo que Sartre llamaba “mala fe”- es negar la responsabilidad que se tiene ante los actos que libremente se deciden realizar. Y negar la responsabilidad es inmoral.
 Desde una perspectiva política –y por lo tanto moral- el Presidente del Gobierno ha roto el pacto que se fundamenta en la racionalidad del consenso social. Ha abierto una brecha insalvable entre el Estado y la sociedad civil y ha perdido, por tanto, su legitimidad como representante de ésta. Cualquier acto que realice a partir de ahora, aunque sea legal porque concuerde con las leyes que él mismo se ha dado, será inmoral, porque ha perdido la legitimidad que le permitía imponer esas leyes a la sociedad civil. Serán leyes del Estado, no de la sociedad, y habrán de ser implementadas por la fuerza. Una fuerza no legítima y, por lo tanto, inmoral.
 Precisamente porque el presidente del Gobierno ha provocado la ruptura entre en Estado y la sociedad civil, es ésta, la parte más débil de ésta, la que se va a ver afectada de forma prioritaria por sus actuaciones. Porque la función del estado no es otra que proteger los intereses de la sociedad. Por eso la actuación del Presidente del Gobierno –que ya no está legitimado para ejercer como tal- es injusta y, en tanto que injusta, es inmoral. Beneficia a aquél que rompe las reglas que regulan la convivencia dentro de la sociedad y, por tanto, se sitúa al margen de ésta. Con su actuación el Presidente del Gobierno retrotrae a la sociedad a una situación pre-social. A una guerra de todos contra todos, en términos hobbesianos, donde prima el derecho del más fuerte.
 Fue David Hume el que dijo que los políticos eran portadores de una ética especial, que les permitía mentir si ello resultaba necesario para proteger los intereses de la sociedad. En este caso la ética del Presidente del Gobierno es la negación de toda ética. Con sus actos, se ha situado de lleno en el campo de la inmoralidad y aunque sus intenciones fueran verdaderamente buenas –a estas alturas el hecho bruto de mentir es, quizás, el menos inmoral de sus comportamientos- no debería olvidar que el infierno está empedrado de buenas intenciones

viernes, 13 de julio de 2012

Corderos del mercado

 Es una constante en la Historia de la Humanidad que, en tiempos de crisis –sea ésta del tipo que sea- un individuo o un grupo de individuos sean escogidos por la sociedad como elementos purgadores de la situación. Es a este o a estos individuos a los que se hace responsables de ésta y los que, con su sacrificio, deben librar al resto del problema. Estas crisis que se hacen recaer sobre la espalda de algunos sujetos individuales son normalmente producidas por elementos trascendentes a la propia sociedad, o bien por causas incomprendidas y por eso incontroladas. De ahí la necesidad de individualizar o particularizar la responsabilidad.
 Ya las antiguas culturas agrícolas mesopotámicas y babilónicas, durante las fiestas de renovación o año nuevo –aquellas que marcaban el ciclo de las cosechas- elegían a un miembro de la comunidad que era coronado rey por un periodo corto de tiempo, el suficiente para hacer recaer sobre él la responsabilidad de todos los males que hubieran afectado al grupo. Este individuo, si bien vivía ,nunca mejor dicho, como un “rey” durante unos pocos días, era posteriormente sacrificado para calmar la ira de la divinidad y solicitar su benevolencia en los próximos periodos de cosechas, es decir, la causa trascendental e incomprendida.
 Estos rituales son recogidos por la tradición judeo-cristiana –su heredera, al fin y al cabo- , de tal forma que toda la religión cristiana se edifica sobre un individuo que recoge las culpas de la humanidad en su conjunto y es sacrificado para expiarlas. Cristo es el “cordero de Dios” cuya muerte “quita el pecado del mundo”. Durante las Cruzadas los guerreros cristianos -que no comprendían por qué, si luchaban con Dios de su lado, pasaban fatiga, miserias, sed y perdían batallas- empalaban en la punta de una lanza o en el mástil de un barco las cabezas de los turcos, reuniéndose toda la hueste a su alrededor para acusarla de todos los males que sufrían. De aquí proviene la expresión “cabeza de Turco”. La historia de las “cabezas de turco” que en el mundo han sido es larga pues siempre, en cada situación de crisis, alguien ha pagado los paltos rotos. Sujetos individuales como Dreyfuss, razas como los judíos o los gitanos o grupos sociales como los inmigrantes son ejemplos de la necesidad social de crear “cabezas de turco” a los que hacer responsables de aquella situaciones que escapan a su control o a su comprensión.
 En la crisis económica actual la cabeza de turco escogida ha sido el sector público. No es una víctima escogida al azar, como podían serlo los "reyes" mesopotámicos, sino que en su elección juega un papel muy importante el afán de los mercados con hacerse con el sector económico y los beneficios posibles que comprenden empresas y servicios públicos. Pero como el sector público no es más que una abstracción, una hipostatización –como lo es la sociedad- que no tiene una existencia más allá de los individuos que forman parte de él, son estos individuos –sus trabajadores, los funcionarios públicos- los que han de cargar con la responsabilidad de la crisis y, por consiguiente, los que deben ser sacrificados para aplacarla. El gasto público excesivo no se debe al despilfarro, a los regalos, a las obras innecesarias e inútiles o a la corrupción política, sino al elevado número de funcionarios y al salario que cobran. La historia nos enseña también que nunca una cabeza de turco ha salido indemne de las acusaciones que contra él se han lanzado –Dreyfuss fue ejecutado, los judíos exterminados y los gitanos y los inmigrantes marcados y marginados- así que es de esperar que los funcionarios sean también, tarde o temprano, eliminados. Serán los nuevos corderos, no de Dios, sino de los mercados, que se ocuparán de realizar sus funciones. Funciones realizadas pro empresas privadas que, por definición, ya no serán “públicas”. Y si lo que determina la existencia de una sociedad es la permanencia de “lo público”, si una sociedad, para serlo, necesita ser “pública”, asistiremos, impávidos, a la eliminación de la sociedad.

miércoles, 11 de julio de 2012

Leyes y Moral

 Una sociedad se regula por medio de leyes. Son éstas las que marcan el rumbo que deben seguir las relaciones entre los ciudadanos y entre las Instituciones y éstos últimos. Según la teoría de la democracia representativa las leyes las aprueban los Parlamentos –Poder Legislativo- que han sido votados por los ciudadanos y en los cuales impera la regla de las mayorías y las ponen en práctica los Gobiernos –Poder Ejecutivo- que a la vez han sido elegidos por los Parlamentos. Se cubre así la premisa básica del pensamiento de Rousseau, según la cual la voluntad individual se desarrolla y se hace libre en las decisiones de a voluntad general, a la que libremente se somete. Es por esto por lo que , quizás, se piensa en las sociedades actuales que todos los problemas pueden ser resueltos de forma satisfactoria para el conjunto de la ciudadanía mediante la elaboración de leyes. Si las leyes regulan las relaciones sociales, allá donde estas relaciones fallan, o donde no existe regulación, es suficiente con elaborar una ley que supla estas carencias e impida que nadie salga perjudicado de forma permanente.
 Las crisis, sin embargo, nos enseñan que las leyes solas, sin un acompañamiento moral que las haga universales y de obligado cumplimiento –no por el miedo al castigo penal, sino porque se ajusten de forma esencial a la racionalidad humana- son, en el mejor de los casos, inútiles, y, en el peor, elementos de desintegración social y de destrucción humana. La sujeción exclusiva a la ley, olvidando la moral, nos conduce al caso de Adolf Eichmann, analizado en profundidad en la obra de Hanna Arendt Eichmann en Jerusalén. En el juicio de Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS, funcionario del Gobierno nazi y uno de los responsables de las deportaciones a los campos de exterminio, secuestrado en Buenos Aires por los Servicios Secretos israelíes y juzgado en Jerusalén se produjo la paradoja jurídica de que el acusado -ciudadano alemán- no había cometido ningún acto ilegal –si por ilegal entendemos aquel acto que va en contra de ley- puesto que sus comportamientos se habían atenido en todo momento a las leyes del Reich, emanadas de su Fhürer –algo de lo que a veces no parece consciente Arendt-. Eichmann no era más que un funcionario que había cumplido con su obligación y había obedecido a la ley. Sus actos eran legales, pero no legítimos, porque las leyes que obedecía eran inmorales. Si embargo, si Eichmann, o cualquier funcionario nazi, hubiera obedecido a su conciencia moral, y por tanto hubiera desobedecido las leyes, se hubiera situado al margen de éstas, hubiera cometido un acto ilegal, un delito, y habría habido de ser castigado por ello.
 Salvando las distancias –no demasiado grandes en lo que a dignidad humana se refiere- la crisis actual nos ofrece otro ejemplo de los mismo. No se soluciona con leyes, puesto que el problema no está en las leyes. Es un problema moral, que tiene su raíz en la corrupción política y en la racionalidad técnica –el fin, ganar más, justifica cualquier medio- de los llamados mercados. De esta forma se elaboran leyes que, o bien son inútiles porque no solucionan el problema, o bien causan un perjuicio –muy grave a veces- a la gran mayoría de los ciudadanos. Y los funcionarios encargados de hacerlas cumplir –médicos, profesores, policías o inspectores de hacienda- se ven en la tesitura de no obedecerlas haciendo caso de su conciencia moral y situarse al margen de la ley, u obedecerlas, olvidando la moral, y convertirse en brazos ejecutores de la dignidad humana de sus conciudadanos.

lunes, 9 de julio de 2012

Política, deporte y Auschwitz

 El deporte es política. Es política porque es una actividad que se realiza dentro de la polis, y todo lo que se hace en la polis es política. Pero también es política porque determinados acontecimientos deportivos pueden determinar a acción política y la forma en que los ciudadanos aprehenden esa acción política. , pueden marcar el ritmo político de un país o pueden escamotear a la ciudadanía la posibilidad de tomar decisiones políticas. . El propio hecho de negar esto, de afirmar que el deporte es sólo deporte, ya es una manifestación política. Son los que hacen expresa esta negación los más conscientes de que el deporte es política y, so sólo eso, los más interesados en que lo sea. La negación de la dimensión política del deporte y su conversión en una mera actividad lúdica –algo que ya ni siquiera es posible en la práctica infantil del deporte, puesto que la insistencia en que nuestros infantes dediquen su tiempo a realizar actividades deportivas es una insistencia política- es ya política. El deporte para ser deporte, es decir, política, debe negarse a sí mismo
 El deporte era política entre los mayas, donde el juego de pelota constituía un ritual religioso y político que tenía como objetivo contentar a los dioses y, de paso, mantener la estructura social. Curiosamente el equipo ganador del juego era sacrificado porque sólo la fuerza que había demostrado era agradable a las divinidades. Y, también, suponía la eliminación física de individuos heroicos ante los ojos de la plebe que podían poner en peligro la estructura de poder. También era política el deporte en la antigua Grecia, donde incluso el tiempo –social- lo marcaban las Olimpíadas, el periodo que transcurría entre dos juegos olímpicos, y los vencedores eran aclamados como dioses, como los garantes de la política de la ciudad. Cuando Filípides corrió por primera vez 42,195 kilómetros no estaba haciendo deporte, aunque lo estuviera haciendo. Estaba llevando a cabo una misión política: anunciar la victoria en la batalla de Maratón.
 En la actualidad el deporte cumple tres funciones políticas muy precisas, sin las cuales no podría ser concebido, al menos tal y como hoy lo es. En primer lugar es una válvula de seguridad que permite desplazar las frustraciones de la ciudadanía que, sin él, serían dirigidas contra el entramado social que las produce. En segundo ligar es el método por excelencia para mantener anestesiada a la población, tanto por ser una perfecta cortina de humo para ocultar los problemas reales de una sociedad, como por el engaño que se lleva a cabo cuando se hace creer a la ciudadanía que un éxito deportivo es un éxito de toda a nación, cuando en realidad lo es tan sólo del deportista-héroe- o que ese éxito deportivo puede ser extrapolado de tal forma que constituya la horma de alcanzar otros éxitos en otras facetea sociales: la victoria nos daría optimismo e imitando el esfuerzo de los héroes superaremos cualquier dificultad. Y en tercer lugar es uno de los pilares en que los políticos profesionales asientan el acierto de su gestión, aunque su gestión no sea precisamente acertada.
 Y, como parte de la política, el deporte se ve también inmerso en la moral. En este sentido yo me hubiera sentido mucho más orgulloso de nuestros balompédicos campeones si hubieran realizado un gesto tan poco deportivo, tan político y por lo tanto tan moral, como visitar el campo de exterminio –que no de juego- de Auschwitz.

martes, 12 de junio de 2012

Rescate a la evidencia

 Si hay algo que me indigna de verdad, más que cualquier medida política concreta, es que me tomen por tonto. Da igual el signo del gobierno de turno, ya es tradición que nos traten como a niños pequeños que no saben cuidarse solos o como a enanos mentales que se tragan cualquier patraña sin pestañear. Aunque uno esté viendo con sus propios ojos que la nieve es blanca siempre habrá alguien –un político, un periodista o un “enterao”- que se empeñe en hacerle creer que es negra. Como no podía ser menos, en todo este asunto del llamado rescate a las entidades financieras, insisten una y otra vez en que las cosas no son como son. Y eso que existen unas cuantas evidencias que resultan, como decía el amigo Alex en “La Naranja Mecánica”, claras como el sol radiante de una mañana de verano, a saber: que esto no es un rescate, que el Gobierno ha intentado evitarlo hasta el último momento, que no va servir para nada, que implica exigencias y contraprestaciones políticas y que al final vamos a pagarlo todos los españoles.
 Esto no es un rescate porque ni se trata ni de “recobrar por precio o por fuerza lo que el enemigo ha cogido, y, por ext., cualquier cosa que pasó a mano ajena” ni de “liberar de un peligro, daño, trabajo, molestia, opresión, etc.” que es como define el Diccionario de la RAE el término “rescatar”. Ni el enemigo nos había cogido nada, más bien es el enemigo el que nos ha supuestamente rescatado, ni estábamos en ningún peligro más allá del que nos pudieran causar los que nos han rescatado. Yo diría que es ahora cuando necesitamos un rescate, pero de esos de Batman o el Capitán Trueno, porque ahora si que nos han secuestrado la soberanía nacional y estamos en peligro de acabar todos como en China.
 Por mucho que digan el señor Rajoy, el señor Guindos y el señor Rey de España, el gobierno ha intentado hasta el último momento evitar la intervención de la UE, porque sabían que era una estocada mortal a su legislatura. Esto no lo digo yo, lo dice el presidente de la Comisión Europea y todos los organismos internacionales. Y lo dice el señor Rajoy, que en su discurso de investidura acusó al gobierno saliente de poner a España al borde del rescate y alardeó de que el objetivo de su Gobierno era evitarlo.
 La intervención de España no va a servir para nada. Y aquí si que las evidencias son concluyentes: la prima de riesgo sigue subiendo, la Bolsa sigue bajando, los mercados nos siguen atacando, se habla de que probablemente sea necesario otro rescate y hasta los mismos banqueros comentan la inutilidad de la medida. Preguntarnos por qué, entonces, se ha producido la intervención, es situarse en un plano que para los que nos gobiernan es poco menos que metafísico.
 Que se van a exigir contraprestaciones políticas también resulta evidente. Quizás lo más evidente porque lo han dicho los que nos han prestado el dinero. Se va a vigilar la política fiscal del país, vamos a tener interventores del FMI y del BCE paseando por nuestras calles y, como medidas más concretas, se va exigir una subida del IVA y un control del gasto de las Administraciones Públicas –otro más-. Insisto, esto lo han dicho la señora Merkel y los dirigentes de la UE, así que no hay más argumentación posible, ni a favor ni en contra.
 Y que el préstamo con sus correspondientes intereses lo vamos a pagar entre todos es algo que salta a la vista con tan sólo ver lo que ha pasado en el caso de Bankia. Ni se van a desarrollar comisiones de control para los bancos, ni se va a vigilar qué hacen éstos con el dinero ni nada de nada. Los bancos invertirán  una parte de ese capital en activos de riesgo y otra se la repartirán sus directivos. Como siempre. Y a la hora de devolverlo habrá que sacarlo de la sanidad, de la educación y del sueldo de los trabajadores públicos. Y si todavía queda alguna duda escéptica no hay más que mirar dónde han ido a parar todos los millones que, desde hace ya tiempo, el Estado español ha dado a la banca y para lo qué han servido. Y me parece que es bastante evidente quién los ha pagado.

lunes, 11 de junio de 2012

¿Y qué tal unas elecciones?

 Puesto que según el gobierno el rescate de la Unión Europea al sistema financiero español soluciona todos los problemas de este país –algo con lo que, por cierto, los mercados no parecen estar muy de acuerdo, y a estas horas la prima de riesgo española está ya por los 520 puntos- quizás sea hora de intentar solucionar también la cuestión de la democracia. Una vez arreglada la cuestión económica, habrá que arreglar, digo yo, la cuestión política y puesto que el sistema así lo exige, la única manera de hacerlo es convocar unas elecciones.
 Resulta sorprendente que nadie haya planteado aún esta alternativa. Supongo que los partidos de la oposición tienen una razón muy poderosa: a ver quién es el guapo que torea el morlaco que dejarían el señor Rajoy y sus Ministros. Aunque también podrían pensar que es probable que el partido en el Gobierno volviera a ganar las elecciones y, al menos, se habría lavado la cara al sistema político. Los sesudos analistas que acostumbran a escribir y a “tertuliar” en los medios de comunicación supongo que se inclinarán por razones más supuestamente objetivas, como que unas elecciones acabarían de desestabilizar el país y su economía acabaría de hundirse. El caso es que a mi, que ni soy un político ni un sesudo analista, lo primero que se me vino a la cabeza cuando conocí la noticia del rescate famoso es que había que convocar elecciones, así que supongo que los dos grupos citados no han lanzado esta idea porque ni siquiera se les ha ocurrido.
 A poco que se piense la convocatoria de elecciones es la salida más lógica, y más democrática, a la situación creada. En primer lugar desde un punto de vista político. Los cien mil millones que Europa va a prestar a los bancos españoles se canalizan a través del Estado, que es en última instancia el que ha de devolverlos si, finalmente, esos bancos no pueden hacerlo. Por otra parte, puesto que ese dinero se ha prestado al Estado y no, nótese bien, directamente a los bancos, los prestamistas van a exigir condiciones al Estado para asegurarse la devolución del préstamo, condiciones que no pueden ser otra cosa que políticas, puesto que del Estado hablamos. Eso hace que todo el programa electoral que el PP presentó en los pasados comicios quede en papel mojado ante las nuevas exigencias. El gobierno se ha quedado sin margen de maniobra para llevar a cabo aquello por lo cual ascendió al poder. La legislatura ha quedado suspendida y puesto que la situación es nueva todo lo anterior ya no sirve y hay que partir de cero.
 En segundo lugar el señor Rajoy debe convocar elecciones desde el punto de vista de la responsabilidad. Y debe hacerlo primero porque en todo este asunto el Gobierno ha mentido, miente y mentirá –tampoco es que sea algo nuevo para ellos-. Ha mentido cuando la señora Cospedal afirmó tajantemente que no iba a haber rescate un par de días antes de que se produjese. Miente cuando dice que no es un rescate, que no va a haber condiciones políticas que afecten a los ciudadanos –de momento, el Eurogrupo ya le exige subir el IVA-, que esto es lo mejor que le ha pasado a España o que fue el Gobierno el que pidió el rescate –cuando hoy nos enteramos de que no se trató de una jugada maestra del héroe Guindos, sino que fue el propio Eurogrupo el que presionó a España a aceptarlo-. Y mentirá cuando, llegada la hora de devolver el préstamo, los bancos no lo hagan –porque nadie los habrá controlado ni les obligará a ello- y lo tengamos que pagar todos los ciudadanos. Y en segundo lugar porque el señor Rajoy es un presidente ya dimitido de hecho. No de otra forma se puede explicar que haya desaparecido en un momento crítico para el país –aunque esto tampoco es el fin del mundo- que no haya dicho esta boca es mía, que no piense comparecer ante el Parlamento –es decir, ante todos los españoles- hasta julio y que ayer estuviera tranquilamente en Polonia viendo un partido de fútbol. Y ya de paso, también debería dimitir el Rey que ha felicitado al señor Rajoy y al señor Guindos por su nefasta gestión del problema.
 Así que mi opinión –en vista de que aquí todo es una cuestión de opinión- es que se deberían convocar elecciones. Aunque por supuesto yo ejerceré mi legítimo derecho a no votar.

jueves, 7 de junio de 2012

Cuando vinieron a por mí.

 Se suele decir que la Política es el arte de lo posible, aunque más bien, como ha demostardo el Gobierno de la Comunidad de Madrid, habría que decir que es el arte de hacer posible lo imposible. Yo siempre he dudado de la supuesta astucia, inteligencia y visión política que desde tantos medios se le atribuyen a la Presidenta Esperanza Aguirre, aunque nunca lo he hecho de las de sus asesores, que por eso son tantos y cobran el sueldo que cobran. Sueldo que, visto lo visto, tienen muy bien ganado. Porque en la puesta en escena del anuncio de los nuevos Presupuestos de la Comunidad de Madrid, han conseguido hacer posible lo que parecía imposible: liar tanto la madeja que ahora nadie sabe si aplaudir la responsabilidad política y el buen hacer de su jefa o tirarla al pilón.
 Y es que esta puesta en escena a la que me refiero ha sido una obra maestra de manipulación. En primer lugar nuestra Presidenta, con tono afligido pero muy castizo –que no se diga que no es de “Madrí”- nos dice que han “tomado” el criterio –yo lo siento mucho, pero los criterios no se “toman”: se siguen; lo que se suele tomar son las decisiones o los vinos- de que es mejor bajar el sueldo a los funcionarios que despedir a 40.000 trabajadores interinos. Y claro, aquí los funcionarios y los sindicatos que los representan se ven entre la espada de denunciar esa bajada de sueldo y la pared de aparecer como los culpables del despido de 40.000 trabajadores. Pero como no hay mal que por bien no venga, a renglón seguido –o dos o tres más abajo- nos comunica una medida aparentemente revolucionaria, pero que en realidad es una muestra del populismo más rancio, aunque hay que reconocer que como cortina de humo no tiene parangón: la rebaja a la mitad de los diputados del Parlamento Madrileño. Digo yo que un Parlamento debe tener los parlamentarios necesarios para garantizar la representatividad social y política, sean éstos 129 o dos millones. Porque si 129 diputados son muchos ahora también lo eran hace veinte años y aquí nadie ha dicho esta boca es mía al respecto. En realidad, lo de menos es si sobran o no sobran diputados. De lo que se trata es de que la tan cacareada medida sólo se llevará a cabo en el año 2015, previa modificación del Estatuto de Autonomía, modificación ésta que ha de contar con una mayoría de dos tercios de la Cámara y después ser ratificada por el Parlamento Nacional. En resumen, que la Señora Esperanza Aguirre sabe perfectamente que la reducción parlamentaria no se llevará a cabo nunca, o bien porque el parlamento madrileño no la autorice, o bien porque el nacional no la ratifique, o bien porque, llegada la hora de la verdad, se le ocurra algo para echarla atrás. En todo caso yo me apuesto lo que sea con quien sea a que en el año 2015 tendremos nuestros 129 diputados autonómicos, si no alguno más.
 ¿Y qué ha querido tapar la señora Aguirre?. Que esta vez los palos no van sólo contra los funcionarios, sino contra todos los que tengan la desgracia de vivir en Madrid. Así que se suben tasas –las que todos pagamos- como la que se abona por las escuelas infantiles dependientes de la Comunidad y se inventan otras nuevas, como imponer peajes en las autovías madrileñas, pero no se suben impuestos. Los que tanto aplaudían a la Presidenta por poner en su sitio a los trabajadores públicos, ahora se ven liados en la misma madeja que se citaba al principio. Como ya dijo Brecht, “cuando al final vinieron a por mí ya era demasiado tarde”

miércoles, 30 de mayo de 2012

Lógica y Coherencia (y 2)

 Así como la lógica hace referencia a unos criterios mínimos de racionalidad en el discurso, la coherencia tendría que ver con la racionalidad del comportamiento. Puesto que alguien puede mentir, es decir, expresar con palabras hechos que no han ocurrido ni van a ocurrir en la realidad, o engañar, decir una cosa aunque se tenga intención de hacer la contraria, la coherencia no haría referencia tanto al lenguaje o al engarce del lenguaje con la realidad –la mentira o el engaño pueden ser muy racionales- como a la relación existente entre el comportamiento y los deseos, creencias o motivaciones que lo provocan.
 Ya vimos que el discurso del PP carece de toda lógica. Pero este hecho no significa que su actuación no sea coherente. Para ello, es necesario hacerse cuenta de las motivaciones últimas que mueven este comportamiento y ver si, efectivamente, existe una concordancia entre éste y aquéllas o si el segundo es capaz de satisfacer el cumplimiento de las primeras. Como ya se ha dicho que alguien puede mentir o engañar, las causas últimas del comportamiento no pueden ser rastreables en lo que se dice, sino más bien en aquello que no se dice pero que de una u otra forma sale a la luz. Así, no hemos de creer que el objetivo último de las actuaciones –aparentemente irracionales- del PP sea el de salvaguardar la vida civil o el bienestar de los ciudadanos, como repiten una y otra vez. Si así fuera, comportamientos como no cobrar el IBI a las propiedades de la Iglesia cuando los ayuntamientos están- supuestamente- en la ruina, rebajar sueldos de trabajadores públicos mientras se gastan cantidades ingentes de dinero en promocionar eventos como unas Olimpiadas, o acusar al máximo dirigente del Banco de España de ser el responsable último de la situación de Bankia y a la vez impedirle declarar en el Congreso o evitar la creación de una comisión parlamentaria que investigue lo sucedido, mientras que el señor Rajoy y su Ministro de Economía se empeñan en negarse una y otra vez a un rescate europeo de la entidad (y de otras entidades en situaciones similares) pero no tienen ningún reparo en que sean todos los ciudadanos los que rescaten al citado banco a la vez que proponen soluciones absurdas que el Banco Central Europeo rechaza provocando que la situación económica de España sea cada vez más catastrófica, serían irracionales.
 Supongamos, entonces, por buscar una racionalidad a las acciones de unos individuos que, al fin y al cabo, no dejan de ser animales racionales, que la motivación última del comportamiento del Gobierno de España no sea la que dicen y si la de desmantelar todo el entramado económico y social del Estado, una vez que se ha asustado tanto a los ciudadanos que estos son incapaces de reaccionar, para entregarlo a la iniciativa privada, que, por otra parte, está dirigida por una gran parte de los miembros del partido en el gobierno. Es decir, pensemos, siquiera por un instante, que los intereses que mueven al Gobierno no son los generales de la ciudadanía sino los particulares de una camarilla que pretende repartirse el pastel del Estado. Entonces si que los comportamientos antes citados serían racionales. La Iglesia es –y ha sido siempre- una fiel compañera de fatigas de los afanes de rapiña de la clase que hoy gobierna España; rebajar el sueldo a los funcionarios públicos o recortar en gastos sociales es la mejor manera de degradar los servicios básicos hasta que su única salida sea la privatización. Y mantener a capa y espada la credibilidad de Bankia y de sus directivos –todos ellos del PP- es la única manera de asegurarse, por un lado, el control de una gran masa de capital y, por otro, poseer un buen refugio donde esconder sus ingresos. De esta manera, aunque la lógica del discurso del Gobierno sea inexistente la coherencia de su comportamiento, y su racionalidad, resultan impecables. Impecables y suicidas.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Lógica y Coherencia (1)

 La racionalidad, en general, hace referencia a dos ámbitos distintos –aunque relacionados- del comportamiento humano. Primero al discurso racional, puesto que el ser humano es, por encima de cualquier otra consideración, un ser que posee lenguaje, y su determinación esencial, como bien sabía Aristóteles, es que es capaz de comunicarse con los demás de una forma, justamente, racional. Y en segundo lugar la racionalidad incide en la actuación en forma de actuación racional. Desde estas premisas es posible analizar, de forma muy breve, el comportamiento de los seres humanos que componen el Gobierno de España, y ver si, efectivamente, este comportamiento resulta tan ajeno a la racionalidad como aparenta.
 En cuanto al discurso racional –salvedad hecha de las contradicciones flagrantes como decir que no se va a dar dinero público a Bankia y luego afirmar que se le inyectará todo el que necesite para sanearse- resultan muy ilustrativas las últimas declaraciones hechas por el Ministro de Educación señor Wert. Afirmó el señor Ministro no hace mucho tiempo que las medidas tomadas en materia de Educación por el Gobierno –un eufemismo para no llamarlas por su nombre: “recortes”- deberían de haberse tomado cuando existía una situación de bonanza económica. Ahora bien, esa situación de bonanza económica, según el Ministro Wert y todos los miembros del PP, sólo se produjo en este país bajo los Gobiernos del señor Aznar, y fue la etapa socialista recientemente pasada la que arruinó el país. Puesto que la bonanza económica se produjo bajo los gobiernos del PP lo que vino a decir el señor Wert, aunque seguramente no era eso lo que quería decir, es que las medidas de ajuste en educación deberían de haberse tomado bajo el Gobierno del señor Aznar. De este modo, lo que está haciendo el señor Wert, del PP, es criticar la política educativa que el PP llevó a cabo hace ocho años. Con lo cual 1) o bien el señor Wert es un crítico acérrimo de la idea de educación que su partido –y él como Ministro- representa, 2) o bien la idea de educación del PP ha cambiado de forma radical en estos ocho años, de tal manera que lo que antes era considerado necesario, útil, adecuado y lo mejor para el país hoy ya no lo es, 3) o bien el PP no tiene una política educativa, 4) o bien el señor Wert no sabe lo que dice
 Este, empero, no sea quizás el atentado más grave contra la lógica que haya cometido el señor Ministro de Educación puesto que las opciones 1) y 2) arriba citadas son perfectamente asumibles –si no estuviéramos hablando, eso sí, de un partido tan poco democrático y tan poco dado a la autocrítica como el PP-. Hace un par de días afirmó que la huelga convocada en todos los sectores de la educación para protestar contra las medidas que su Ministerio ha tomado estaba basada en afirmaciones falsas. Si repasamos lo que dijo el señor Wert en el Congreso veremos que esas afirmaciones falsas en las que supuestamente se ampara el paro citado fueron exactamente las que salieron de su boca y para remacharlas aún más añadió algo así como que era consciente de que eran dolorosas pero no tenía más remedio que tomarlas (la cantinela que todo el Gobierno se ha aprendido de memoria y suelta en cuanto tiene ocasión), precisamente porque se debían de haber tomado en tiempos de bonanza económica. Con lo que el señor Wert se está llamando a sí mismo mentiroso o se está acusando a sí mismo de realizar afirmaciones falsas. La vieja paradoja del mentiroso reactualizada: “Soy del PP y los del PP siempre mienten”

martes, 22 de mayo de 2012

Aunque todos mientan...

 “Aunque todo el mundo mintiera seguiría siendo verdad que no se debe de mentir”. Esta fue una de las argumentaciones que expuso Kant para fundamentar su ética formal. No es de esperar que la derecha española, que se rige como todas por una moral utilitaria –más que utilitarista- se tomara demasiado al pie de la letra el razonamiento kantiano. Pero tampoco estaría de más que alguna vez dejaran de mentir, o de no decir la verdad que para el caso viene a ser lo mismo. Es cierto que es difícil dejar de lado una costumbre arraigada en el ideario colectivo de un grupo durante muchos años, y el uso de echar la culpa a otros, desviar la atención, declinar las responsabilidades o sencillamente faltar a la verdad es algo que los políticos del PP y sus seguidores mamaron desde pequeñitos, aprendiéndolo de sus mentores franquistas. Pero lega un momento en que cansa tanto insulto a la inteligencia.
 Y es que no es la primera vez –dejando de lado, que no olvidando, los años de la dictadura- que los dirigentes del PP mienten al pueblo y llevan al país al borde de la catástrofe. Y no me estoy refiriendo a que cumplan o no cumplan su programa electoral, porque cualquiera que tenga un mínimo sentido de la realidad debería de haber sabido en su momento lo que estos señores iban a hacer en cuanto llegaran al poder. Estoy hablando de la sorpresiva –para algunos- noticia de que el déficit de Madrid y Valencia estaba falseado y es mucho mayor del que en un principio se dijo. Yo lo siento, pero este caso no deja de recordarme a aquél otro en el cual el señor Acebes, entonces Ministro del Interior del gobierno del Señor Aznar se empeñaba en hacernos creer –él y sus medios afines- que los autores de los atentados del 11-M eran miembros de ETA, cuando todo el mundo sospechaba –y él seguramente sabía- que eran obra de fanáticos islámicos. Y aunque en este caso no haya 193 muertos por medio, si que hay un 23% por ciento de menores que viven en la pobreza, algo tan catastrófico como lo primero. Ahora, como entonces, sólo los muy ciegos pueden creer lo que dice el Gobierno. En un principio el déficit era culpa de gobierno socialista. Después tenía que ver con las Comunidades Autónomas, pero sólo las que no estaban gobernadas por el PP (léase Cataluña o Andalucía). Más tarde se nos dice que el mayor peso en el exceso de deuda recae en las comunidades populares, pero por ese entonces se confía en que ya se hayan olvidado las afirmaciones anteriores. Ahora resulta que la Comunidad de Madrid duplica el déficit anunciado, lo que se comunica un mes después de que el Gobierno tuviera noticia de ello y con nocturnidad y alevosía. Algo que la dirección del PP debía saber hace mucho tiempo, antes incluso de esas elecciones en las que se nos pedía optar a lo malo o a lo peor, con lo que uno llega a pensar que a lo mejor el señor Zapatero nos engañaba porque le estaban engañando previamente a él. Y como boche de oro  el señor Martínez Pujalte dice en el Congreso que esa desviación no es tan grave –cuatro mil millones más de recortes no son graves para este señor, este es el jaez de estos individuos- y que más que por malicia, es producto de la ignorancia. Bonita manera de arreglar las cosas. El que actúa por malicia al menos sabe que es lo que está bien y es consciente de que lo que hace no lo está. Pero el que se mueve por ignorancia está convencido de que lleva razón, de que las cosas son como él piensa y no está dispuesto a bajarse del burro. Como nos decía Kant al principio, aunque todos mientan seguirá siendo verdad que no se debe de mentir.