El miedo y el entusiasmo –y sus
contrarios, la calma y la depresión- son las dos emociones que intervienen en
el comportamiento político de los individuos. Aquél o aquéllos que desean
obtener o retener el poder saben que son estas dos emociones las que tienen que
poner en juego, las que tienen que activar en la mente de los ciudadanos. Entusiasmarlos
requiere ofrecerles un proyecto, convencerles de alguna manera de que la opción
de poder que representan es la mejor para ellos y esto supone, en primer lugar,
capacidad intelectual –hay que crear un proyecto- y, en segundo, esfuerzo
político –hay que hacérselo llegar a la ciudadanía de tal forma que ésta se
entusiasme con él-. Sin embargo, para asustar no hace falta más que inventarse
unos cuantos fantasmas, fantasmas que suelen resultar prototípicos, con lo cual
tampoco hace falta buscar mucho, y esperar a que el miedo surta sus efectos. Por eso aquéllos que carecen de la capacidad intelectual y de trabajo
suficiente para crear un proyecto recurren al miedo como herramienta política. En
la situación actual -donde la falta de inteligencia y de preparación de los
dirigentes políticos y de aquéllos otros que no lo son pero aspiran a serlo,
unida a las circunstancias económicas y sociales, constituye el caldo de
cultivo perfecto- el camino del miedo está más que preparado para ser
transitado hasta el final. Y este final no es otra cosa que una sociedad
totalitaria, donde una masa de ciudadanos asustados acepten sin rechistar todo
lo que se les imponga.
Es
por ello que yo ya me he hartado de que intenten meterme miedo tanto unos como
otros. Tanto los que ocupan el poder como los que pretenden ocuparlo, tanto los
que dirigen como los que quieren dirigir, tanto los que dicen que quieren
mantener el orden social como los que dicen que quieren transformarlo. Porque
todos, absolutamente todos, se valen de la estrategia del miedo y son incapaces
de ni siquiera atisbar un proyecto político. Por mucho que se empeñen unos y
otros la situación española es mucho mejor que la de 1936 y la europea mucho
mejor que la de 1939, y tanto España como Europa sobrevivieron a aquellas coyunturas. Esta crisis, que no es ni con mucho la peor que ha vivido el planeta,
no va a suponer el hundimiento del sistema, ni una revolución que nos conduzca
al paraíso del socialismo, ni el final de la Historia o del mundo tal y como lo
conocemos. A lo sumo, supondrá algunos ajustes más o menos relevantes. Son esos
ajustes los que hay que intentar controlar y procurar que resulten lo más
ventajosos posibles. Pero el miedo no nos va a dejar. El que unos cuantas personas, que –mal que
les pese a algunos, el primero a mi mismo- no constituyen ni por asomo una
mayoría social, se manifiesten en contra de las políticas gubernamentales no significa
que todos sean terroristas antisistema a los que hay que reprimir porque
quieren acabar con la convivencia pacífica, de la misma forma que el que a uno
le peguen unos cuantos palos en una de esas manifestaciones no es la mayor represión
conocida –parece que a algunos se les olvida que en España, hace poco más de
cincuenta años, se fusilaba a la gente, o que en los países islámicos a uno le
azotan, le lapidan, le crucifican o le descuartizan por blasfemar-. De la misma forma, la quiebra de algunos
bancos, incluso de algún país, no va a afectar al desarrollo futuro del
capitalismo, ni tampoco la privatización de los servicios sociales, con ser
nefasta para la sociedad, va a suponer que la gente se muera por la calle, o
que haya más analfabetos que ahora, ni tampoco, con todo lo que implican, los
deshaucios son la mayor tragedia que ha ocurrido en este país. Todo es puro
miedo. Lo mismo que es miedo el recurrir a los viejos enemigos tradicionales,
como el terrorismo de ETA –curioso que justo ahora vuelvan a hacer acto de
presencia, manteniendo lo que ya casi es un axioma: siempre aparecen cuando el
PP los necesita- o las amenazas de Corea del Norte –una hormiga que todos
sabemos que puede ser aplastada en cuestión de minutos y a la que China, la
mayor potencia capitalista en la actualidad, no va a apoyar por esa misma
razón-. Todo miedo.
Así
que si perdemos el miedo y mantenemos la calma, tal vez podamos llegar a pensar
racionalmente, o incluso a entusiasmarnos, y recuperar –si es que alguna vez lo
hemos tenido- el espíritu democrático, que es lo que al final se va a quedar
por el camino. Porque si el miedo es aliado de alguien, es del totalitarismo.
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