martes, 7 de enero de 2014

Racionalidad

 La racionalidad tiende generalmente a confundirse con el acto de pensar. Así, de la misma manera que todo el mundo piensa, todos los individuos son racionales. Es más, la racionalidad es la nota definitoria del ser humano –somos animales racionales- hasta tal punto que Tomás de Aquino llegó a considerar como analítico el enunciado “el hombre es un ser racional”. Sin embargo, aunque sea verdad que todos los individuos piensan, no es menos verdad que no todos lo hacen racionalmente. Más que al hecho mismo de pensar la racionalidad hace referencia al proceso de toma de decisiones, proceso que si bien implica necesariamente el pensamiento –pues no se pueden tomar decisiones son reflexionar sobre lo que resulte más conveniente, o más adecuado o más correcto-, no siempre es un proceso racional. Es decir, podemos tomar decisiones irracionales, lo cual va más allá del hecho de equivocarse. Uno puede equivocarse al hacer una elección racional, a la que ha llegado por medio de un proceso de decisión racional. El error, por tanto, es racional. Por ello las decisiones irracionales no son ni acertadas ni erróneas: son simplemente irracionales.
 En este sentido es posible hablar de un criterio amplio y un criterio estricto de racionalidad. Según el criterio amplio serían racionales aquellas decisiones de acción que coincidieran o fueran consecuentes con los deseos y las creencias del individuo. Lógicamente, este criterio supone que los deseos y las creencias  son a su vez racionales y consistentes –no contradictorios-. Según este criterio nos encontraríamos, entonces, ante dos posibles formas de irracionalidad: aquella con la cual la elección no se correspondiera con los deseos y las creencias racionales del individuo, y aquella en la cual la acción coincidiera con los deseos y creencias irracionales del sujeto. Supongamos que una persona quiere curarse un cáncer, lo cual es un deseo racional. Él tiene la creencia racional que la única curación posible de su enfermedad está en la medicina y, aún así, acude a un curandero. Su acción es irracional puesto que, aunque sus creencias son racionales, su acción no ha sido consistente con éstas. Ahora bien, supongamos que el sujeto en cuestión cree que el curandero puede sanarle y, en consecuencia, acude a él. Se podría pensar que esta acción es racional, pues es consistente con las creencias del sujeto. Estas creencias, sin embargo, son irracionales, por lo que la acción deviene irracional. La gran mayoría de las acciones irracionales que los sujetos llevan a cabo son de este segundo tipo. Son consistentes con las creencias, por lo que aparentemente son racionales, pero son consistentes con creencias irracionales –que es lo que generalmente nadie se para a pensar- por lo que resultan igualmente acciones irracionales.
 Este criterio de racionalidad que suele sustentarse en el equilibrio coste-beneficio, puede calificarse de instrumental. Aun así, es el que los individuos usan en la gran mayoría de los casos en los que tienen que tomar una decisión en su vida cotidiana, Existe, sin embargo, un segundo criterio mucho más estricto de racionalidad, según el cual sólo sería racionales aquellas acciones que fueran universalizables, es decir, aquellas acciones que sería deseable que todos los individuos realizaran –lo que Rawls llama “razonabilidad” para distinguirlo de la mera racionalidad- Este criterio, como se puede comprender, no es un criterio instrumental, sino moral. No busca el beneficio del individuo sino el de la especie –y por tanto (algo que se suele olvidar) también el del individuo en tanto forma parte de la especie. Así, matar al alguien, aunque pueda parecer racional porque coincida con las creencias del sujeto y suponga un beneficio para él, no es moral, porque no es una acción universalizable: hay al menos un caso –el que afecta al sujeto que realiza la acción- en el que matar a alguien no es deseable o, lo que es lo mismo, nadie quiere que le maten. Pero, de a misma forma, tampoco el sacrificio por los demás es universalizable –y por lo tanto moral- pues si todos se sacrificaran por los demás no quedaría especie que se beneficiara del sacrificio o, lo que viene a ser lo mismo, la acción de Cristo –en el caso de que hubiera sido libre- no hubiera sido moral, ni racional, puesto que no es universalizable. Algo que, por cierto, comprendió muy bien Lutero.

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