martes, 14 de julio de 2015

Totalitarismo y masa



   El totalitarismo necesita de la masa, de la misma forma que la masa se conforma como tal en los sistemas totalitarios; la masa también necesita el totalitarismo. La masa no está formada por individuos, pese a lo que pueda parecer: la masa es la negación del individuo. El individuo se anula la masa. El individuo es por definición autónomo y responsable, en tanto que individuo. La masa no es autónoma, depende de aquel o aquellos que la han conformado y que la dirigen. Por eso la masa es la negación de la autonomía individual, de la libertad y de la responsabilidad. La responsabilidad recae en la masa, pero la masa es informe, indeterminada, amorfa, y asi la responsabilidad se queda en nada. De ahí que el enemigo del totalitarismo sea el individuo autónomo, aquel que piensa por sí mismo y es capaz de denunciar las intenciones totalitarias. Por eso el totalitarismo intenta eliminar a los individuos, o bien convirtiéndolos en masa, o bien eliminándolos físicamente. Hay varias formas de convertir al individuo en masa, que en el fondo terminan siendo sólo una. Posiblemente la más eficaz sea incluirle –hacer que el mismo se auto incluya- en una entidad superior y trascendente, ya sea esta la patria, el pueblo u otras, en la cual el individuo se anula. Lógicamente, esta entidad tiene que ofrecerle algo al individuo, pues éste no renunciaría sin más a lo que le constituye como persona, y ese algo es, por un lado la posibilidad de sentirse partícipe de algo más grande, algo importante que le supera y que en realidad no puede comprender en su totalidad: no es lo mismo ser un sujeto particular con nombre y apellidos que formar parte de un destino universal en compañía de otros, aparte de la comodidad que supone el formar parte de una masa en la que es la propia masa la que decide por uno. Por otro lado, la masa promete al sujeto aquello que sabe que el sujeto desea, ya sean bienes materiales, ya sea justicia, libertad o dignidad. En última instancia la masa promete al individuo poder, o más bien maximizar su poder, hacer que el poder de cada sujeto se multiplique en el poder de la masa para lo cual, obviamente, precisamente el sujeto ha de entregar su parcela de poder a la masa, desprendiéndose de él, o más bien a aquel que maneja la masa desde afuera. De esta forma los individuos educados son los primeros enemigos del totalitarismo, pues un individuo educado, consciente de su poder, jamás va a aceptar entregar éste a la masa, formar parte de ella. Un individuo educado piensa por sí mismo, reflexiona, se forma su propia visión de la sociedad y su relaciones de forma autónoma. La masa es ciega excepto para lo que le hacen ver (que es lo que quiere ver); es sorda excepto para lo que le hacen oír (que es lo que quiere oír) y es muda excepto para vociferar consignas aprendidas. Quizás por ello determinadas tendencias nuevas en política que tienen más que un tufillo totalitario no haya abierto aún la boca acerca de la educación.

   En 1930 no se poseían ni las herramientas ni el vocabulario político que permitieran atisbar, y mucho menos evitar, la formación de masas que condujo al enfrentamiento mundial. Después de 1945 esas herramientas ya se poseen, ya sabemos cuáles son. No hay más que echar un vistazo a la historia para saber que ciertas pautas de formación de masas se está repitiendo paso por paso. Y esta vez no valdrá decir que no se estaba avisado, o que no se poseían los instrumentos para prever y evitar la destrucción del individuo y su devenir en masa. Recomiendo la lectura de una obra tremendamente esclarecedora a este respecto: Historia de un alemán de Sebastián Haffner, donde se relata de forma magistral el proceso histórico social, real, de formación de la masa. Aunque haya muchas formas de organizar económicamente una sociedad (tampoco tantas en realidad) sólo hay dos maneras de hacerlo políticamente: o se respeta la autonomía de los individuos y entonces estamos ante un sistema democrático (liberal, sí) o no se respeta y hay masa. Y eso es totalitarismo.

martes, 7 de julio de 2015

Masa y lenguaje



  Originariamente el grupo se forma como mecanismo de defensa frente a los depredadores y el medio. Cuanto mayor número de individuos formen el grupo mayor es la posibilidad de supervivencia, no ya solo del grupo, sino de cada uno de los individuos que lo forman. Las agrupaciones, así, constituyen un mecanismo adaptativo, superior al que desarrolla o puede desarrollar el individuo aislado. Como mecanismo adaptativo, la función del grupo se perfeccionará y maximizará más cuantas más estrategias de defensa o adaptativas desarrolle. Estas estrategias adaptativas solo pueden darse gracias a la comunicación entre los miembros del grupo, ya sean estrategias de caza como las que desarrollan los leones, ya sean estrategias de ataque y defensa como las que desarrollan los grupos de bonobos, que comunican por medio de gritos y otros sonidos a aparición de potenciales enemigos o grupos rivales. Así las cosas, cuanto más sofisticado sea el sistema de comunicación mayor capacidad adaptativa tendrá el grupo, lo que, de hecho, convierte al sistema de comunicación en la fundamental herramienta adaptativa. El sistema más sofisticado de comunicación conocido hasta la fecha entre organismos biológicos es el lenguaje simbólico utilizado por los seres humanos, lenguaje simbólico que implica un pensamiento abstracto y la capacidad no solo de emitir sonidos sino también de descifrarlos, lo que supone que los conjuntos simbólicos deben ser conocidos al menos por todos los miembros del grupo que hablan el mismo lenguaje. Esta sofisticación del lenguaje simbólico y lo que supone –el hecho de tener que compartir los registros simbólicos- hace que el grupo humano no sea tan solo un grupo animal, una manada o un rebaño, sino que se convierta en un grupo social. En términos adaptativos el grupo social va un paso más alá que los grupos animales, puesto que no solo permite la adaptación al medio sino también su transformación. Así, se puede considerar que el , máximo recurso adaptativo del ser humano, aquél que convierte el grupo en grupo social, es el lenguaje.
  
  Precisamente el lenguaje, como medio de comunicación dentro del grupo social, es lo que está periclitando. Así, o bien el lenguaje se utiliza como arma arrojadiza, olvidando su función comunicativa, de tal modo que se emiten palabras, se conforman símbolos, pero no se escucha, es decir, no se traducen los símbolos que emiten los demás, con lo cual el lenguaje deja de ser un instrumento comunicativo y por lo tanto un instrumento de cohesión social, o bien el lenguaje se simplifica tanto, los símbolos se empobrecen y se empequeñecen tanto, que acaba convirtiéndose en una mera emisión de sonidos, una simple continuidad de signos, de letras que ya no tienen ningún significado, excepto para aquél que las enuncia. El lenguaje deja de ser un modo de comunicación y pasa más bien a convertirse en un medio de afirmación personal dentro del grupo, en un intento de hacerse ver o, más bien, de hacerse oír. Ahora bien, si el lenguaje simbólico interpretado a través del pensamiento abstracto es la herramienta de cohesión y desarrollo del grupo social su desaparición supone también la desaparición de éste. Es por ello que el lenguaje, como aquello que amalgama a los individuos, se ve necesariamente sustituido por otros métodos de unión, lo que cambia también el modelo social. Así, es la empatía –entendida como la solidaridad cristiana o una especie de unión mística con el otro- o el sentimiento en sus múltiples formas –sentimiento nacional, sentimiento grupal, sentimiento de especie o sentimiento de clase- lo que constituye el grupo. Un grupo que ha dejado de ser social, pues ha olvidado su mecanismo adaptativo fundamental, y que se ha convertido en masa desde el momento en que el pensamiento, como aquello que permite interpretar los símbolos, ha dejado su lugar al sentimiento.